La revolución que pide Cristo: ama a tu enemigo

Amar nos hace libres, Jesús nos ha pensado a todos para amar y ser amados...enemigos incluidos. Solo se nos pide eso, y nos da mucho más

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Pablo Valentín-Gamazo

Publicado el - Actualizado

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Cada día vivimos mil situaciones diferentes: con la familia, en el trabajo, con las amistades, con nosotros mismos. Dentro de la vida, son pequeñas oportunidades de dar testimonio de lo que somos, de lo que se nos ha enseñado: el amor por encima de todo. Los cristianos somos los únicos en la tierra a los que se nos ha dicho: "Ama a tu enemigo". Con sus palabras, Jesús nos está pidiendo que le ayudemos en la revolución de amor que Él ha venido a traer al mundo. 

Sonreír, acoger, acompañar, escuchar, consolar...son acciones de amor. La diferencia reside en que eso seamos capaces de hacerlo con todos. Jesús nos da la clave: esa es la medida por la que se nos va a evaluar. ¿Cuánto has sido capaz de amar? Puede generar tensión, porque no es lo primero que sale del corazón en muchas ocasiones. El cansancio o el estrés pueden hacernos caer y olvidarnos de esta enseñanza. Es normal, Jesús lo sabe...y no te juzga.  

Sin embargo, esta medida tan exigente es lo que nos hace verdaderamente libres. ¿Por qué? Porque nos acerca a cómo Jesús nos ha pensado. Nos ha pensado y hecho para el amor. Y, obrar y pensar de acuerdo eso, nos acerca a cómo Dios nos ha imaginado. Esa es la libertad que da el amor. Al ser el amor de Dios para todos, y nosotros decimos seguirle a Él, el nuestro no puede quedarse en nuestros círculos más cercanos. 

El amor de Dios se expande, lo toca todo y es para todos. Nosotros podemos ser instrumentos para que otros lo experimenten. Por eso nos lo pide, no para ponernos una cumbre que no podamos subir. En el Evangelio se dice: "Dad gratis lo que habéis recibido gratis". Entre todo lo que se nos ha dado, está la vida y esa capacidad de amar. 

Además, si te parece poco, también se habla de que por eso se nos reconoce. ¿Qué mayor testimonio se nos pide? Sólo eso. Amar a los demás, a todos. Porque, en todos, nosotros vemos a Jesús. Cuando consolamos o escuchamos a alguien, estamos consolando o escuchando a Cristo. Incluso con quien nos cuesta soportar, el no juzgarle, ya es un acto de amor. 

Y, del mismo modo, ocurre al revés. Podemos ser reflejo del amor de Dios para otros. Hijos suyos que somos, que mostramos el amor de Nuestro Padre a otros hijos que quizás no se han encontrado realmente con él. No es fácil, pero cada vez que pienses en rendirte o en "¿por qué voy a ser siempre el bueno si luego me tratan como a una colilla?", piensa una cosa. Jesús lo pasó antes que nosotros: latigazos, escupitajos, bofetadas, martillazos, una lanzada en el costado...todo. Y lo hizo por ti, por todos.

El Evangelio termina diciendo: "La medida que uséis, la usarán con nosotros". Esa medida es, como decía San Agustín, es amar sin medida. No son kilos, ni mide kilómetros...es posible amar. Por Él, gracias a Él y con Él, nos toca amar

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