El Papa en Abu Dhabi: fe religiosa y misericordia

El llamamiento a la fraternidad humana se hace en nombre de la justicia y la misericordia, fundamentos de la prosperidad y quicios de la fe

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Antonio R. Rubio Plo

Publicado el - Actualizado

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Hoy suele abusarse tanto del término “histórico” para calificar tantos acontecimientos que cuando se produce uno que realmente tiene esa entidad, casi nos avergonzamos de usar ese calificativo. La profusión de noticias en nuestro tiempo es tal que se asemejan a esas hojas de otoño que amarillean y caen al suelo, destinadas a ser barridas por el viento o las escobas. Pero los acontecimientos históricos siguen pasando, aunque no tienen por qué meter ruido, y si un día no están entre los titulares, esto no significa que no produzcan sus efectos a modo de una semilla que germina poco a poco.

Esta introducción es a propósito de la estancia del papa Francisco en los Emiratos los pasados 3, 4 y 5 de febrero, un viaje detrás del cual está el recuerdo de otro viaje, bastante insólito para su época. Me refiero al efectuado por Francisco de Asís y su encuentro con el sultán egipcio Al Malik Al Kamel en el verano de 1219. El trasfondo histórico era el de la Quinta Cruzada, cuando los ejércitos cristianos asediaban Damieta en el delta del Nilo, a la espera de capturar territorios que luego pudieran ser canjeados a los musulmanes por Jerusalén y otros lugares santos. Recuerdo todavía un libro que leí en mi adolescencia sobre las Cruzadas: eran una crónica de intrigas, traiciones, masacres, crueldades, donde la sangre se derramaba a borbotones y el desenlace era una frustrante derrota cristiana. En medio de aquellas historias de largos asedios de ciudades, treguas y batallas, ensañamientos y generosidad con los vencidos, la entrevista entre Francisco y el sultán se puede antojar como una anécdota con escaso interés, una bella miniatura para un repertorio de hechos milagrosos del Poverello…Sin embargo, ocho siglos después su gesto todavía se recuerda, aunque no hubo una conversión prodigiosa del sultán ni las cimitarras se volvieron podaderas, pero los efectos están ahí: pasado cierto tiempo, los franciscanos obtendrían permiso para custodiar los lugares cristianos de la Tierra Santa y ahí están desde el siglo XIII. Por el contrario, ¿quién se acuerda, salvo los especialistas, de los reyes latinos de Jerusalén, de los grandes maestres templarios y hospitalarios, o de los sultanes que se hacían la guerra entre sí en tierras de Egipto, Siria o Turquía?

Un similar escepticismo al que encontraría Francisco de Asís entre los que llevaban descomunales espadas y colosales armaduras, es el que ha rodeado al papa Bergoglio en su viaje a Abu Dhabi. ¿Para qué hablar de fraternidad con una religión que en los últimos tiempos se asocia al radicalismo y al terrorismo? ¿No será el documento para la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común un pedazo de papel, sin trascendencia, cuyo recuerdo está destinado a borrarse en cuanto se produzca un cruel atentado? A esos críticos me atrevo a preguntarles: ¿qué habrían pensado, si hubieran vivido en aquella época, de la entrevista entre Francisco y el sultán? ¿Habrían guardado un “compasivo” silencio o habrían hecho una apología del uso de la espada para exterminar al infiel o al pagano, que nunca podía ser inocente, y si acaso lo fuera Dios sabría reconocer a los suyos en el momento de la muerte, tal y como aseguraba un jefe cruzado de aquel tiempo? Los críticos siempre hacen alarde de prudencia o de realismo, aunque no suelen decir lo que harían ellos, sino que solo tienen ojos y oídos para denunciar lo que, a su juicio, está equivocado. Pero no vale la pena entrar en polémicas que nunca convencen al otro. Lo que está claro es que Francisco de Asís no fue a ver al sultán para polemizar.

Por mi parte, solo me detendré en un aspecto, que puede pasar desapercibido, de la Declaración sobre la Fraternidad Humana, suscrita por el papa Francisco y el imán Ahmad al Thayyeb, de la universidad cairota de Al Azhar. He estado contando las veces, que son tres, en que aparece la palabra misericordia, que es una actitud muy valorada por el pontífice, al que no le habrá nunca pasado desapercibido que los musulmanes consideran a la misericordia como uno de los rasgos del único Dios. En el documento se dice que Dios hizo iguales a todos los seres humanos por su misericordia. Por tanto, nuestro Dios es magnánimo, y hombres y mujeres gozan, sin distinción alguna, de gracia ante sus ojos. Además, el llamamiento a la fraternidad humana se hace en nombre de la justicia y la misericordia, fundamentos de la prosperidad y quicios de la fe. Se puede concluir que una fe sin misericordia es una fe falsaria y cruel, un credo que no reconoce que todos los seres humanos son hermanos, tal y como se lee en otros lugares de la Declaración.

Seguimos leyendo casi al final: “La justicia basada en la misericordia es para lograr una vida digna a la que todo ser humano tiene derecho”. Un rasgo divino, que es la misericordia, debe hacerse extensivo a la humanidad, creada a imagen de un Dios que tiene entrañas de misericordia, según leemos en diversos pasajes bíblicos. En consecuencia, la vida digna pasa por la fraternidad. La condición fraterna, o lo que es lo mismo la auténtica condición humana, quedaría vacía de sentido si no hubiera espacio para la misericordia.

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