Campos de refugiados, por Francisco Vaquerizo
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Campos de refugiados, poema der Francisco Vaquerizo
Aquí un montón de gente espera turno
para recibir víveres, mantas y medicinas;
tienen los pobres todos un aspecto
como de andar perdidos.
Las tiendas de campaña
llenas de historias lúgubres, de ancianas
al límite del ser, que en vano intentan
aguantarse las lágrimas
para que los chiquillos puedan seguir jugando
hasta que todo acabe definitivamente
de una u otra manera.
A mi izquierda se escuchan los gemidos
– a cada instante más debilitados –
de una mujer cubierta de envoltorios,
de una anciana que intenta
ocultar sus heridas,
aunque sea toda ella deterioro y cansancio.
Por allí viene un hombre con su mujer en brazos
buscando un sitio donde cobijarse;
ambos están heridos de alma y cuerpo,
ambos están viviendo de propina
porque llevan la muerte en los talones
días, semanas, meses.
Un niño cruza ahora
feliz con el paquete de pañales
que le acaba de dar una enfermera;
sin duda alguna, tiene un hermanito
y no pudo soñar mejor regalo
para dar a su madre una alegría.
Ahí mismo, a la derecha, hay otra madre
acariciando loca la carne de su hijito;
la pobre no comprende que se muera tan pronto
y que hayan sido inútiles todos los sufrimientos.
En un camión cercano, tres pequeños
asoman sus caritas asombradas
como mirando a ver si reconocen
las tapia del colegio, alguna calle
o el portal de su casa.
Porque están que no aciertan a encontrarse,
extraños por completo a una liturgia
que los tiene asustados,
ya que nada coincide ya con nada
pues nada está en su sitio.
Otro niño me observa desde un coche
con la cara pegada a los cristales
y levanta la mano en señal de victoria.
(Hay que poner cerrojos a las lágrimas
ante tan inocente desajuste).
Junto a gentes que piden
un puñado de gracia para seguir viviendo,
una anciana enfundada en sus refajos,
con una mano en tierra y otra sobre la frente,
reflexiona o dormita con aire de derrota,
con una pesadumbre que no tiene remedio.
Ahora vienen dos hombres,
que llevan en sus brazos
a una mujer enferma;
preguntan si hay un médico
y no responde nadie a su pregunta.
Llegan luego dos niños
llorando amargamente,
amargamente,
todo lo amargamente que imaginarse pueda.
(Y mientras esto pasa, pasa el tiempo
sin dar explicaciones).
?
Un cordial saludo. Francisco.