Campos de refugiados, por Francisco Vaquerizo

Campos de refugiados, por Francisco Vaquerizo

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

2 min lectura

Campos de refugiados, poema der Francisco Vaquerizo

Aquí un montón de gente espera turno

para recibir víveres, mantas y medicinas;

tienen los pobres todos un aspecto

como de andar perdidos.

Las tiendas de campaña

llenas de historias lúgubres, de ancianas

al límite del ser, que en vano intentan

aguantarse las lágrimas

para que los chiquillos puedan seguir jugando

hasta que todo acabe definitivamente

de una u otra manera.

A mi izquierda se escuchan los gemidos

– a cada instante más debilitados –

de una mujer cubierta de envoltorios,

de una anciana que intenta

ocultar sus heridas,

aunque sea toda ella deterioro y cansancio.

Por allí viene un hombre con su mujer en brazos

buscando un sitio donde cobijarse;

ambos están heridos de alma y cuerpo,

ambos están viviendo de propina

porque llevan la muerte en los talones

días, semanas, meses.

Un niño cruza ahora

feliz con el paquete de pañales

que le acaba de dar una enfermera;

sin duda alguna, tiene un hermanito

y no pudo soñar mejor regalo

para dar a su madre una alegría.

Ahí mismo, a la derecha, hay otra madre

acariciando loca la carne de su hijito;

la pobre no comprende que se muera tan pronto

y que hayan sido inútiles todos los sufrimientos.

En un camión cercano, tres pequeños

asoman sus caritas asombradas

como mirando a ver si reconocen

las tapia del colegio, alguna calle

o el portal de su casa.

Porque están que no aciertan a encontrarse,

extraños por completo a una liturgia

que los tiene asustados,

ya que nada coincide ya con nada

pues nada está en su sitio.

Otro niño me observa desde un coche

con la cara pegada a los cristales

y levanta la mano en señal de victoria.

(Hay que poner cerrojos a las lágrimas

ante tan inocente desajuste).

Junto a gentes que piden

un puñado de gracia para seguir viviendo,

una anciana enfundada en sus refajos,

con una mano en tierra y otra sobre la frente,

reflexiona o dormita con aire de derrota,

con una pesadumbre que no tiene remedio.

Ahora vienen dos hombres,

que llevan en sus brazos

a una mujer enferma;

preguntan si hay un médico

y no responde nadie a su pregunta.

Llegan luego dos niños

llorando amargamente,

amargamente,

todo lo amargamente que imaginarse pueda.

(Y mientras esto pasa, pasa el tiempo

sin dar explicaciones).

?

Un cordial saludo. Francisco.

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