Profeta rechazado

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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“Ningún profeta es bien mirado en su tierra” (Lc 4,24)

Señor Jesús, seguramente tú habías oído muchas veces el antiguo proverbio que repetía que “nadie es profeta en su tierra”. Así ha sido y así será por los siglos. Todos nosotros tratamos de defendernos de las palabras que nos incomodan. Para ello, tratamos de observar la conducta de quien las pronuncia.

En realidad no necesitamos descubrir y sacar a la luz los posibles errores que haya cometido. Ni siquiera apelamos a la incoherencia entre lo que dice y lo que hace. Nos basta con evocar su vida ordinaria. En el fondo, pensamos que un profeta ha de ser una persona extraordinaria, casi irreal.

Valoramos hasta el exceso la apariencia y la representación. Al rechazar la orden de Eliseo que lo enviaba a bañarse en el Jordán, el sirio Naamán no negaba la autoridad del profeta y su poder para librarle de la lepra. Solo le molestaba que Eliseo no realizase un rito espectacular. Despreciaba la sencillez de quien tenía un poder divino.

Así somos también nosotros. Al parecer, pensamos que los profetas que Dios nos envía no deberían tener ni un solo rasgo de humanidad. En el fondo, cuando rechazamos a un profeta estamos negando la libertad de Dios. No queremos reconocer que Dios es Dios. Y que puede dirigirse a nosotros por el medio que él haya elegido.

Pues bien, es hora de aprender a descubrirte en la sencillez de cada día. Es hora de aceptarte en la humildad de cada persona. Los profetas que tú nos envías para que nos indiquen el camino de la felicidad y de la salvación no llegan a nosotros mostrando importantes diplomas y exhibiendo complicadas artimañas.

Señor, no permitas que despreciemos tu llamada, pensando que ya te conocemos desde nuestra infancia. Tu palabra es siempre una maravillosa novedad. Queremos mantenernos abiertos a la sorpresa de tu enseñanza y a la fascinación de tu ejemplo. Concédenos tú el don inefable del asombro.