El recuerdo
José Román Flecha nos ofrece una nueva reflexión sobre el Evangelio. En esta ocasión, reflexiona sobre las palabras de uno de los ladrones crucificados con Jesús
Madrid - Publicado el
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“Acuérdate de mi, cuando llegues a tu reino” (Lc 23, 42)
Señor Jesús, siempre fue importante el “recuerdo” en la tradición de tu pueblo. Por una parte, se exhortaba a los creyentes a recordar las maravillas que había realizado el Señor con sus antepasados y a transmitir esa memoria a sus hijos.
Por otra pare, también se suplicaba a Dios que se acordara de la alianza que había establecido con su pueblo y que, en consecuencia, se olvidara de los pecados que las gentes habían cometido.
En el evangelio según San Lucas se nos transmite la súplica que dirige a Jesús uno de los ladrones que han sido crucificados junto a él: “Acuérdate de mi, cuando llegues a tu reino”.
Tal vez estaba impresionado por la serenidad de aquel galileo que soportaba las afrentas a las que era sometido. Oía a los soldados que se burlaban de Jesús y aprobaba la inscripción con que Pilato parecía justificar su condena: “Este es el rey de los Judíos” (Lc 26, 38-38).
El reino y la salvación sonaban en su cabeza como un mensaje imposible. Pero al mismo tiempo le sugerían un testamento personal. Olvidaba su pasado e imaginaba un futuro que solo se apoyaba en el recuerdo de aquel hombre único, al que calificaban como el Mesías.
En este momento de nuestra peripecia aquellas palabras que sonaban insensatas parecen reflejar el anhelo de esta humanidad. En una cultura de la muerte y el descarte, una súplica como esta solo suscita sonrisas burlonas.
Pero en estas palabras del ladrón veo mi necesidad de dirigirme a ti con la frágil esperanza de un encuentro. Un encuentro más allá mi frivolidad y mis locos intereses. Más allá de sueños frustrados e imposibles. Un encuentro definitivo.
“Acuérdate de mi, cuando llegues a tu reino”. Tú eres el rey y el reino. Ese reino del descanso y de la paz, de la ternura y del perdón. Ese reino de un amor solo posible de alcanzar en la entrega de una vida. Ese reino solo imaginable como un paraíso prometido.