San Pelayo
Su hagiografía refleja que, durante los cuatro años que pasó en Córdoba en calidad de rehén, Pelayo destacó por su inteligencia y su fe, haciendo proselitismo de Cristo
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Una de las palabras que más resuenan en el Antiguo Testamento, pertenecientes al profeta Isaías es “Consolad consolad a mi pueblo”. Hoy celebramos a San Pelayo, que fue aliento para los encarcelados. Nacido en Galicia en torno al año 911, era sobrino de Hermogio, Obispo de Tuy (Vigo). Así se educó a la vera del Palacio Episcopal, participando en el canto mozárabe y, teniendo un profundo conocimiento de la Liturgia, así como de la gramática.
Pero en la juventud tuvo que soportar la persecución, viendo cómo sus propios compañeros eran apresados y encadenados. La misma suerte corrió él cuando, bajo el pretexto de llevarle a ver a su tío, la verdadera intención era canjearle ya que el prelado era anciano y enfermo, mientras él se encontraba robusto y fuerte.
El santoral de hoy, sábado 26 de junio
Poco a poco se ganó la confianza de los carceleros con los que discutía sobre la verdadera Doctrina de la Fe, al tiempo que cuando le dejaban pasar por entre los presos de la cárcel, se acercaba de forma especial a aliviar a los sacerdotes. También tuvo ocasión de comprobar la corrupción de muchos cordobeses entregados a los deseos de Abderramán III quien les prometía riquezas a cambio de abandonar la Fe de Cristo, algo que no entraba en su mente.
Era una manera abominable que cambiaba a Dios por los ídolos. Una confianza en el Señor vacía y hueca. Precisamente cuando le llegaron las promesas vanas y terrenales de los enemigos, se afianzó más en el Señor. Por esto fue condenado a muerte, siendo arrojado desde una catapulta de guerra. Posteriormente un guardia le cortó la cabeza. Su cuerpo fue trasladado a León y después a Oviedo donde reposan hasta la actualidad sus reliquias.