El Arzobispo de Santiago pide en ‘Camino de Pascua’ “no renunciar a la santidad ni cultivar prejuicios”

Mons. Julián Barrio ha recordado a los fieles que, en un momento donde “los acuíferos de la fe están bajos”, la Iglesia solo puede crecer “donde Dios ocupa el centro”

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El Arzobispo de Santiago de Compostela, Mons. Julián Barrio, ha compartido en ‘Camino de Pascua’ su reflexión sobre este tiempo litúrgico de la Iglesia que vivimos con la Cuaresma.

Con 'Camino de Cuaresma' TRECE, fiel a los valores del humanismo cristiano, a una Iglesia abierta y cercana, propone a la audiencia que recorra un camino de penitencia y recogimiento que termina con el gozo y la alegría de la Pascua, de la Fiesta de la Resurrección. En esta línea, Mons. Barrio ha compartido con los espectadores la Palabra de Dios.

Mensaje de Mons. Julián Barrios

“En este tiempo cuaresmal necesitamos de manera especial el silencio especial para escuchar las últimas preguntas que llevamos dentro y darle respuesta superando lo rutinario de nuestra vida. Vemos que el nivel de los acuíferos de la fe está bajo y que la vida apostólica languidece, olvidando que la Iglesia solo puede crecer donde Dios ocupa el centro. Estamos cargados de emociones y de estímulos y eso hace que no tengamos tiempo para reflexionar sobre lo realmente importante.

Es necesario salir de nuestra cueva porque el Señor está pasando y nos llama a identificarnos con su persona y con su historia, testimoniando que el cristianismo es un modo fascinante de vivir la propia existencia y darle sentido.

La dinámica cristiana no es retener con nostalgias el pasado, sino acceder a la memoria eterna del Dios Padre, y eso se hace solo con la caridad. Estamos celebrando el Año Santo Compostelano, año de sanación espiritual, en la que hemos de fortalecer la esperanza cristiana, que es audaz y sabe mirar más allá de la comodidad personal que acortan el horizonte para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más digna. También para cultivar la memoria penitencial, capaz de asumir el pasado para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, con fusiones o proyecciones como nos dice el Papa Francisco. Nada hay tan alentador para un tiempo de penitencia como saber que la gracia de Dios precede siempre nuestra iniciativa.

El encuentro de Jesús con la samaritana es una catequesis sobre la fe, como descubrimiento de Cristo fuente de agua viva y sobre el proceso de conversión de una vida de pecado al testimonio misionero, acogiendo la presencia de Dios y la trascendencia de lo sagrado. Jesús llega al pozo de Jacob cansado después de caminar en un mediodía asfixiado.

Podía haberse presentado diciendo que Él era el hijo de Dios o que el pozo tuviera agua. Su pedagogía es de amor, espera, comprensión y respeto a la libertad personal que lleva a la samaritana a reconocer su sed espiritual y nostalgia de Jesús, cayendo en la cuenta de que Jesús la conoce y desea su bien.

En el corazón de la dificultad está siempre la oportunidad. En esta Cuaresma, Jesús viene al pozo de nuestra vida para pedirnos que le demos de beber o tomemos conciencia de que los sedientos somos nosotros. Nos busca y nos pide beber. Su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La samaritana no se niega a darle de beber, aunque trata de justificarse en la enemistad existente entre judíos y samaritanos. No sabemos si le dio de beber. No comprende cuando Él le dice que podría ofrecerle un agua viva, el de la vida eterna. Jesús se refería al don del Espíritu Santo.

Fue una gracia la confesión que Jesús arranca a la samaritana: “Anda, llama a tu marido y vuelve”, le pide Jesús.

“No tengo marido”, le responde la samaritana.

“Tienes razón, has tenido ya a cinco y el de ahora no es tu marido. En eso dices la verdad” le vuelve a decir Jesús.

Ella no se esconde y dice… “Señor creo que tú eres un profeta”.

Escondernos de Dios es aspirar a lo contrario de lo que somos, de ser luz a ser oscuridad. “Señor, tú me sondeas y me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos”, afirma la samaritana, que a partir de ese momento se muestra receptiva a la palabra del profeta.

Empiezan un diálogo sobre la adoración de Dios y el culto en espíritu y en verdad. La bondad divina siempre nos da más que lo que realmente nosotros solemos esperar. El agua de la gracia ha calado en el fondo del alma de la samaritana, a la que purifica e impulsa a la acción evangelizadora.

Olvida el pasado en la alegría de haber descubierto al Mesías. Alienta saber que nuestra actitud penitencial es efecto de la gracia de Dios. El agua limpia y calma la sed.

La fuerza de Jesús es tan grande que la mujer se siente liberada por haber descubierto a Cristo. Con frecuencia, marginamos a Dios para buscar felicidad en las criaturas, olvidando que el Señor nos hizo para Él y que nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Él. Intentamos calmar nuestra sed con bienes, fama, prestigio… pero necesitamos volver a buscar esa agua. Jesús nos ofrece la verdad, el amor, la felicidad que perdura hasta la vida eterna. Mi alma tiene sed de Dios vivo que brota del costado de Cristo.

El agua es un símbolo en las Sagradas Escrituras. No percibimos este símbolo cuando abrimos el grifo y sale agua, pero en Palestina no era así. Sin ella, solo hay desierto árido, hambre y sed. El agua expresa el misterio de la relación entre Dios agua viva y el hombre sediento de vida divina. Nuestro corazón a veces es un cántaro vacío, pero si acogemos el favor de Dios tendremos en nosotros la fuente misma del agua viva. Jesús es la roca de donde brota el agua. Hemos de golpear con esperanza esa roca. Necesitamos llevar el cántaro vacío al pozo donde nos espera Jesús con ternura y delicadeza.

Reavivar la conciencia de nuestro Bautismo y conocer a Cristo nos ayudará a conformar la vida con Él. El Señor nos dice… dame de beber. Es como pedirnos que le dejemos entrar en nuestra vida. Quien le abra entrará y cenará con Él.

También una enfermedad, una contrariedad, una incomprensión de otras personas son dones de Dios. A veces nos quejamos porque no somos conscientes de que detrás de esto está siempre la mano providente del Padre que obra en nosotros. A los que aman a Dios lo que acontece les sirve para su bien.

La adoración es un fruto gozoso de la acción del Espíritu Santo en nosotros. Actuar en verdad. Cristo es salvación de Dios que ha venido a nuestro encuentro. La samaritana lo entendió tras dialogar con Jesús. Hoy pedimos al Señor que nos de esa agua viva para no volver a tener sed. No renunciemos a la santidad, no cultivemos prejuicios y pongamos la atención en lo esencial”.