Jaime Rocha, exagente del CNI: "Antes de subir a mi hijo al coche, lo arrancaba para comprobar que no saltara por los aires"
El espía jubilado del Centro Nacional de Inteligencia escribe 'Misiles para la ETA', el libro en el que, de forma novelada, recuerda la Operación Sokoa para "que nadie olvide lo que pasó"
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Que nadie olvide lo que ocurrió. Es una de las razones por las que Jaime Rocha, espía jubilado del Centro Nacional de Inteligencia, escribe “Misiles para la ETA”, el libro en el que, de forma novelada, recuerda la Operación Sokoa. En 'El Cascabel Edición Domingo' que dirige Ana Samboal, Rocha destaca dos claves de aquella operación: “fue el primer gran golpe que se les dio, pero, además, tiene otra particularidad importante: fue junto a otros países, no solamente España. Intervino el Mossad, la CIA y, por primera vez, las fuerzas de seguridad francesas.”
Que nadie olvide lo que ocurrió
La Operación Sokoa se desarrolla en la década de 1980, en los llamados años de plomo: “muchos años de sufrimiento para toda la sociedad española, fueron 853 muertos, muchísimos heridos, ciento y pico mil personas, vascos, tuvieron que marcharse de su tierra porque les hacían la vida imposible. Fue muy duro, muy duro. Y ahora parece que no pasó nada. Eso ha sido lo que me ha impulsado a mí a hacer esto”.
Con el fin de localizar los arsenales de armas de la banda asesina, los servicios de inteligencia y las fuerzas y cuerpos de seguridad españoles se proponen venderles unos misiles desactivados, con balizas que permitieran su seguimiento. Todo comienza cuando Antxon, uno de los dirigentes de Herri Batasuna, pregunta a Gorka, un colaborador del CESID, antiguo CNI, si puede ponerle en contacto con Francisco Paesa para que les provea de las armas. Interior corrobora esa información porque ya entonces, en los 80, sus comunicaciones estaban pinchadas. La batalla -recuerda Jaime Rocha- también se dirimía en el campo de las comunicaciones: “había una guerra en el tema de las escuchas, porque ellos tenían gente infiltrada también en la Telefónica. Y ellos hacían lo mismo. Nosotros teníamos que hacer las cosas de forma legal y ellos lo hacían cuando les venía bien y querían. Ahí se jugaba con desventaja. De todas formas, te diré que se hicieron muchas cosas a través de esas escuchas, fue muy eficaz”.
Una vez Interior autoriza la compra de los misiles, se pone en marcha la operación. Jaime Rocha, responsable en el CNI del Magreb, contacta con uno de sus colaboradores, un traficante de armas sobre el que pesan órdenes de busca y captura en varios países. “Al Kassar -recuerda el espía, que debe ir a liberarle en un control de la Guardia Civil en Barajas- estaba en busca y captura por muchos países, pero él también colaboraba con muchos gobiernos. Un servicio de inteligencia tiene que tener relaciones en muchas partes. Yo cuento muchas veces que hubo una época en que, en el Sahel, había unos voluntarios españoles secuestrados y había que negociar. Cobraban una cantidad grande. Y la negociación la hacían los servicios de inteligencia, tenían que tener los contactos allí para llegar hasta los secuestradores, negociar con ellos para que llegaran a los que habían sido secuestrados”.
Con las armas localizadas, en manos de la milicia libanesa cristiana, la Operación se pone en marcha. El CNI proporciona la información, la inteligencia. Sobre el terreno, trabajan los efectivos de la Guardia Civil. Así lo recuerda y lo describe en su libro Jaime Rocha: “Antxon le dice a Gorka que quiere comprar unos misiles. Monser Al Kasar, el Príncipe de Marbella, un traficante que, ahora, está en la cárcel, en Estados Unidos localiza los que nosotros queríamos. Buscábamos un misil ligero tierra-aire. El SAM-7 ruso era el ideal y él nos dice que lo tienen las milicias cristianas libanesas. Se pide al Mossad que los adquiera. Y, una vez los adquiere, ya son los americanos, ya es la CÍA quien pone las balizas, la que le mete una carga inerte, quien los prepara. Pero eso tiene un recorrido que va de Israel a Madrid, de Madrid a Sttutgart, de allí a Portugal, a una base de la OTAN. De ahí, pasa a España, ya la Guardia Civil los lleva hasta Francia, Hendaya. La mafia marsellesa los coge, había estado hablando Paesa para que lo hicieran y ellos son los que se lo entregan a ETA. El seguimiento de esos misiles, con esas balizas que les ponen los americanos, es el que nos lleva hasta la fábrica de muebles que se llama SOKOA, que todavía existe, que era un arsenal de ETA”.
Los norteamericanos, recuerda el espía en el transcurso de la entrevista con Ana Samboal en “El Cascabel Edición Domingo” son los que hacen el seguimiento de los misiles, quieren evitar a toda costa que los franceses tengan acceso a la tecnología: “no quiero contar que se pierde la señal en un momento determinado. Una situación comprometida que, al final, se resuelve todo muy bien”.
"He vivido durante muchos años mirando debajo del coche"
“Misiles para la ETA” es el cuarto libro de Jaime Rocha. Escribe con el fin de crear en España una cultura de inteligencia: “En las memorias del General Manglano se dice que no se tiene que saber, que no se está buscando el éxito personal, ni siquiera el colectivo cuando se hacen operaciones de este tipo, porque nunca van a ser reconocidas. Los compañeros que están todavía en activo, ahora mayoría mujeres, saben que nunca les van a reconocer sus éxitos. Y por eso yo también estoy escribiendo estas novelas, para que se sepa”. La vida del espía es sacrificada, una vida -recuerda- en alerta permanente: “he vivido durante muchos años mirando debajo del coche. Llevaba a mi hijo a la universidad cuando era pequeño y, antes de que él bajara al garaje, yo miraba debajo del coche, arrancaba el coche. Si no saltaba por los aires, llamaba al telefonillo para que bajara y llevarle a la universidad. Te dan una serie de medidas de precaución. Yo siempre me sentaba en los restaurantes, en los bares, en todos los sitios pegada la espalda a la pared, en la última mesa, vigilando la entrada. En el metro, en los pasillos del metro, siempre pegado a la parte derecha para ver quién puede venir o no. Estás permanentemente así. Cuando viajaba al Magreb iba cada vez con una personalidad distinta. Escribo para que no se olvide lo que pasó y escribo para que se vea el trabajo del servicio de inteligencia español, que muchas veces es menospreciado, ignorado y que, además, pues como es secreto, nadie puede salir”.