80 años de la llegada de Churchill al poder: sus dos grandes discursos en la hora más límite de Inglaterra
Repasamos los dos discursos más famosos del héroe británico de la Segunda Guerra Mundial
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Este domingo se cumplen ochenta años desde que Winston Churchill se convirtiera en primer ministro del Reino Unido. El acceso del hasta entonces Lord del Almirantazgo (el equivalente al ministro de Marina) al número 10 de Downing Street se produjo tras la dimisión de Neville Chamberlain, que había conducido al país en los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial.
En los años anteriores, Chamberlain había mantenido hacia la Alemania nazi una actitud de apaciguamiento, confiando en que de esa forma podría evitarse un conflicto mundial. En cambio, Churchill venía defendiendo desde la misma llegada de Hitler al poder que la ambición de este no se detendría ante nada y que movimientos del Tercer Reich como el Anschluss de Austria o la invasión de Checoslovaquia no habían sido algo puntual y no saciarían el hambre de Hitler de dominar Europa.
Finalmente, con la invasión de Polonia, en septiembre de 1939, Chamberlain no tuvo más remedio que declarar la guerra a Alemania. Sin embargo, los ejércitos alemanes avanzaron con extrema rapidez en la llamada Blitzkrieg (guerra relámpago) y ocuparon Luxemburgo, los Países Bajos y Bélgica en cuestión de semanas.
Churchill toma el mando
Fue en ese momento cuando Churchill sustituyó a Chamberlain al frente de Gran Bretaña. Desde el principio, el nuevo primer ministro tuvo claro que el periodo que tenía por delante no era una cuestión que atañese a un partido político en particular, sino a toda la nación. Por eso, diseñó un Gobierno de concentración nacional invitando a formar parte de su Cabinet al resto de fuerzas representadas en la Cámara de los Comunes, ya fuera como ministros o como miembros de la Oficina de Guerra.
Tres días después de llegar al cargo, el 13 de mayo de 1940, Churchill compareció ante la Cámara de los Comunes para explicar su programa de gobierno. Aquel día declamó el primero de sus grandes discursos durante la guerra.
Aquella primera alocución del primer ministro fue toda una declaración de intenciones, con una descripción sin ambages de los duros años que el pueblo británico tenía por delante. Las palabras de Churchill incluyeron algunas frases que quedarían grabadas en el espíritu combativo del país en los años venideros, así como en la historia.
Por ejemplo, el primer ministro afirmó:
“Me preguntan: ‘¿Cuál será nuestra política [la de aquel Gobierno]?’. Y yo les digo: combatir por mar, tierra y aire, con todo nuestro poder y con toda la fuerza que Dios nos dé [...]. Me preguntáis, ¿cuál es nuestro fin? Puedo contestar con una sola palabra: victoria. Victoria a toda costa, victoria a pesar de todo el terror, victoria sin importar lo largo y duro que sea el camino, porque sin victoria no puede haber supervivencia”.
Sangre, sudor y lágrimas
Pero la frase más famosa de aquel discurso y por la que acabaría siendo recordada esa intervención parlamentaria fue la siguiente: “I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat” ('no tengo nada que ofrecer salvo sangre, lágrimas, sacrificio y sudor’). En castellano, estas palabras quedaron para la historia algo modificadas, alterando el orden de la enumeración y eliminando el término ‘toil’ (que podría traducirse como ‘esfuerzo extremo’). Como explica Sam Leith en su libro ‘¿Me hablas a mí? La retórica desde Aristóteles hasta Obama’, probablemente la razón de que la memoria colectiva haya acabado recordando así las palabras de Churchill se debe a la especial fuerza del tricolon, una figura retórica consistente en una enumeración de tres elementos, y que se demuestra como más memorable en los discursos.
En este enlace puede escucharse este alegato de Churchill con su voz original, mientras que en el siguiente vídeo puede verse la interpretación que Gary Oldman hizo del primer ministro en la película ‘El instante más oscuro’ y que le valió el Oscar en 2018.
Pero Luxemburgo, los Países Bajos y Bélgica habían sido sólo el principio. Los audaces movimientos de la Wehrmacht, el ejército alemán, pusieron su objetivo en Francia y en su teóricamente impenetrable línea Maginot. En una brillante campaña, las tropas alemanas superaron esa línea de defensa empujando a los aliados occidentales hacia el mar.
El ejército francés y la Fuerza Expedicionaria Británica quedaron acorralados en las playas de Dunkerque. “Todo el mundo se daba cuenta de que el destino de nuestro ejército, y tal vez mucho más, podía decidirse antes de que finalizara la semana”, escribió Churchill en sus memorias hablando sobre los días previos al rescate de los cientos de miles de soldados que aguardaban un milagro en Dunkerque.
La historia es conocida y el milagro llegó. La llamada ‘Operación Dynamo’ movilizó a más de 800 embarcaciones civiles para rescatar al grueso de la tropa británica (unos 340.000 hombres), un audaz movimiento que permitió que el Reino Unido siguiera vivo en la guerra y con opciones de seguir combatiendo.
"Lucharemos en las playas"
Con todo, la campaña en Francia no había dejado de ser un fracaso. El país galo quedó listo para capitular y la Fuerza Expedicionaria Británica había perdido a 68.000 hombres en la carrera hacia el mar.
El día en que las últimas embarcaciones cargadas de soldados llegaron a Dover, el 4 de junio de 1940, Churchill pronunció en la Cámara de los Comunes el segundo gran discurso de su legislatura. A pesar de que en las altas esferas de la política británica se tenía conciencia de que lo acontecido en Dunkerque había sido un auténtico milagro, Churchill no rehuyó en su intervención el hecho de que “las guerras no se ganan con evacuaciones”.
A continuación, a pesar del dramático devenir de la guerra, con una Alemania crecida, una Francia ocupada y un Reino Unido en dolorosa retirada, Churchill cogió por la pechera a la Cámara y al pueblo británico y pronunció una de las arengas de guerra más famosas de la historia de la humanidad:
“No flaquearemos ni fracasaremos. Iremos hasta el final. Lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y en los océanos, lucharemos con creciente confianza y creciente fuerza en el aire. Defenderemos nuestra Isla, sea cual sea el precio. Lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos, lucharemos en las calles, lucharemos en las colinas. No nos rendiremos jamás. Y si, algo que no creo ni por un momento, esta isla o una gran parte de ella quedara subyugada y condenada al hambre, entonces nuestro Imperio allende los mares, armado y escoltado por la Flota Británica, continuaría la lucha. Hasta que, en la buena hora de Dios, el Nuevo Mundo, con todo su poder y fuerza, dé un paso adelante en el rescate y la liberación del Viejo”.