Ávila, muralla, pasadizos secretos, paredes sangrantes, una Santa universal y otra “con toda la barba”
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Cuenta la historia que allá por el siglo XII, un niño fue causa y testigo de las intrigas y crueldad de su padrastro, Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, casado con Doña Urraca de Castilla. Viendo el hostigamiento al que la sometía su marido cuando ella nombró heredero de Castilla a un hijo habido de un matrimonio anterior, Doña Urraca, huyó hasta Ávila con el niño y un grupo de caballeros fieles. Hasta allí llegó el aragonés con todo un ejército exigiendo que le entregaran a su hijastro o demostraran que seguía vivo. Los abulenses se negaron a entregar al pequeño, pero consintieron en mostrarlo desde lo alto de la muralla. El Batallador, asegurando que no podía verlo bien desde tanta distancia, exigió que le fueran entregados un grupo de rehenes que garantizaran su seguridad mientras se aproximaba a comprobar si aquel era su hijastro. Setenta caballeros se ofrecieron y, el rey aragonés, después de comprobar que el niño era, en efecto el hijo de Doña Urraca, ordenó asesinar a los rehenes introduciéndolos en ollas con aceite hirviendo en el mismo lugar próximo a la muralla que, todavía hoy, se conoce como Las Hervencias. Aquel niño-rey, causa involuntaria de la masacre, llegó al trono como Alfonso VII y, desde entonces, aparece en el escudo de la ciudad a la que concedió el honor de ser llamada Ávila del Rey.
Esa muralla fue también objeto de codicia de los musulmanes. Dicen que, engañados por la llamada a una falsa batalla contra el invasor, todos los hombres salieron de la ciudad dejándola desprotegida. Viendo que los árabes, aprovechando la ausencia de hombres, intentaban tomar la muralla, la mujer del alcalde, Jimena Blázquez, ordenó a todas las mujeres vestirse con las ropas de sus maridos y situarse junto a las almenas. Cuando los musulmanes vieron que toda la muralla estaba llena de “hombres” dispuestos a defenderla, desistieron y se retiraron. Desde entonces, las mujeres abulenses, en reconocimiento a su valentía, pudieron participar en todas las reuniones del ayuntamiento.
En el interior de esos muros, sus numerosos palacios y casas blasonadas nos hablan de su grandeza pero, sobre todo, resulta fascinante su hermosa y contundente Catedral-fortaleza de San Salvador, con pasadizos secretos descubiertos hace solo unos años y que la unen con el antiguo Palacio Episcopal o sus sorprendentes “paredes sangrantes”, llamadas así por las franjas que el óxido de hierro deja sobre el mismo granito. En lo alto de una de sus torres, inacabada y convertida en residencia del campanero, viendo las poleas con las que se ayudaba para subir y bajar enseres y alimentos a la vivienda y las marcas en la base de la pared, dejadas por los fieles cuando a golpe de piedra llamaban al campanero, nos viene a la memoria una de las leyendas más inquietantes. Cuenta esa leyenda que un campanero estaba casado con una mujer tan hermosa que para evitar que alguien más que él disfrutara de aquella belleza, decidió recluirla en lo alto de la torre de la que nunca le permitió volver a salir. Dicen que, en las noches de luna llena, en lo alto de esa torre se puede ver la figura de una mujer vestida de blanco, sollozando desconsoladamente.
Esa icónica muralla medieval es una de las mejor conservadas del mundo y esconde tras sus más de dos kilómetros y medio de longitud y nueve puertas, muchas leyendas y los secretos de algunos episodios imborrables de nuestra historia. No es de extrañar que, cuando en pleno rodaje de “Orgullo y pasión” el director Stanley Kramer propuso destruir parte de ella con el compromiso de reconstruirla después, los abulenses se negaran en rotundo y Cary Grant, Frank Sinatra y Sofía Loren, tuvieron que rodar esas escenas en un decorado.
Recorriendo sus calles, todo nos habla de su figura más representativa, Santa Teresa de Jesús o Santa Teresa de Ávila, cuyo espíritu está presente a cada paso y de todas las formas imaginables y no es difícil presentirla allí como la gran mística que fue e incluso intuir a la niña que, llevada por su imaginación y acompañada por su hermano Rodrigo, decidió coger unos pocos alimentos y marcharse a territorio ocupado, para proclamar su fe entre los musulmanes o dejarse matar en el intento. Sería un tío de la Santa, quien los encontrara en extramuros, en el lugar conocido como Los Cuatro Postes, antes de devolverlos a casa.
También extramuros, nos aguarda la ermita de San Segundo, albergando una espectacular tumba del santo y testigo de la historia de una santa con toda la barba, Santa Paula Barbada.
Cuentan que, en Cardeñosa, un pueblo al lado de Ávila, vivía Paula, una chica que iba cada día a la ciudad a vender los frutos de su huerto, pero antes de cruzar la puerta de la muralla se detenía a rezar en la ermita de San Segundo, a las orillas del río Adaja. Uno de esos días, viendo que la estaba esperando un hombre con velados propósitos, se encerró en la ermita rezando para que el santo le ayudara a volverse tan fea que el hombre que aporreaba la puerta perdiera sus malas intenciones. Cuenta la leyenda que, en ese momento, su cara se llenó de una larga barba y sus ropas de transformaron en las de un monje. Cuando el hombre consiguió entrar, tras comprobar que allí solo estaba aquel “monje barbudo”, se marchó por dónde había venido. Desde ese momento, Paula se recluyó en esa ermita en la que falleció poco después y donde se encuentra enterrada.
Son historia y algunas historias de una ciudad con el merecidísimo título de Patrimonio de la Humanidad