Ceuta, cuna y tumba de héroes, su muralla con foso navegable único en el mundo y su Virgen milagrosa
Publicado el - Actualizado
5 min lectura
“Ceuta es pequeña y dulce/ está acostada en los brazos del mar/ como si fuera una niña dormida que tuviera/ la espuma de las olas por almohada…”. Así describe Luis López Anglada, escritor y Premio Nacional de Literatura, su tierra natal, “una perla en su concha de nácar” como decidieron llamarla desde navegantes a sultanes, pasando por reyes e historiadores, una tierra marcada por la historia y la leyenda casi desde la noche de los tiempos y habitada desde hace más de 3.000 años.
Bañada por las cálidas aguas del Mediterráneo por un lado y por las gélidas del Atlántico por el otro, su Monte Hacho forma parte de la leyenda más clásica.
Cuenta la mitología que Hércules mató a sus hijos, enloquecido tras ingerir una pócima que le había ofrecido la celosa Heres. Para purgar su pena, le encargaron 12 trabajos, a cada cual más imposible. El décimo de esos trabajos, consistía en robar unos singulares toros rojos que poseía Gerión, un gigante con seis brazos y tres cuerpos que habitaba tras dos enormes montes insalvables excepto para la maza del héroe griego, tal como relató Pomponio Mela en época de Claudio y Calígula: “Fue el mismo Hércules quien separó los dos montes unidos, Abila y Calpe como una cordillera continua y así fue como al Océano, contenido antes por la mole de los montes, se le dio entrada a los lugares que ahora inunda: desde aquí el mar se difunde ya más extensamente y avanzando con gran fuerza recorta las tierras que retroceden”.
Una vez derrotado el temible Gerión y culminado con éxito su décimo trabajo, dicen que Hércules construyó una enorme puerta con las columnas que la flanqueaban asentadas en Abyla y Calpe, actuales Monte Hacho y Gibraltar, puerta que marcaría el fin del mundo conocido y la entrada al inquietante, misterioso y temible caos del mar tenebroso que el poeta italiano Rufo Festo describió como “un abismo tras la niebla perpetua” en el que “algas y monstruos engullen a las naves”.
Incluso los delfines que acostumbran a escoltar saltarines y juguetones los ferrys que unen la península con la Ciudad Autónoma de Ceuta tienen su propia historia en los anales de la mitología según la cual el pequeño Dionisio, fue secuestrado por unos piratas cuando jugaba a la orilla del mar. Aquel pequeño, destinado a ser el dios del vino y la fertilidad, enfadado por el secuestro, convirtió la nave pirata en una jungla de la que salieron temibles tigres, panteras y osos y él mismo se transformó en un fiero león. Los piratas atemorizados, saltaron por la borda y el pequeño y poderoso Dionisio los convirtió en delfines.
En ese lugar histórico y mágico, nacieron héroes reales como el teniente Jacinto Ruiz que, junto con Daoiz y Velarde, firmó algunas de las páginas más heroicas de la Guerra de la Independencia. Esa fue la tierra a la que llegó Agustina de Aragón tiempo después de su memorable gesta en Zaragoza contra los franceses, una gesta que Lord Byron describe admirablemente en “Las peregrinaciones de Childe Harold”: “… contempla imperturbable el choque de las bayonetas y el centelleo de los sables desnudos y por encima de los cadáveres todavía calientes, marcha con la bizarría de Minerva por donde el mismo Marte no podría hacerlo sin temor” (…) “¿Qué otra mujer será capaz de recobrar todo lo perdido cuando ya no le queda al hombre ni la menor esperanza?, ¿quién se arrojará con tan furioso empuje contra el Galo fugitivo, que sucumbe a las manos de una hembra valerosa delante de unos muros demolidos?”.
Agustina de Aragón, a la que Palafox convirtió en suboficial de artillería y a la que los franceses, que lo mismo mostraban admiración por ella que ponían precio a su cabeza, llamaban “la artillera”, pasó sus últimos años en Ceuta donde vivía una de sus hijas y donde murió a los 71 años.
Ceuta, de la que dicen que fue fundada por Ceit, nieto de Noé, fue invadida por fenicios, griegos, romanos, vándalos, bizantinos, visigodos, árabes y portugueses, pero en un caso único y por decisión popular acordó ser española el 13 de febrero de 1668.
Hoy, ese territorio español en el norte de África, ejemplo de convivencia entre culturas, nos recibe con todo el peso de su historia y una impactante belleza entre la que destaca sus imponentes Murallas Reales, a cuyos pies transcurre un espectacular foso navegable que es único en el mundo. Casi a la espalda de la hermosa catedral de Nuestra Señora de la Asunción, donde en tiempos hubo una pequeña ermita, ahora encontramos el Santuario de Nuestra Señora de África, que sostiene con su brazo derecho a Jesús inerte y en su mano izquierda el “aleo”, el bastón de mando del primer gobernador de la ciudad. Dicen que Pedro de Mendoza, un joven alférez portugués, al ver que nadie quería hacerse cargo de la gobernación de la ciudad, se presentó ante su rey Juan I, con un palo de acebuche en mano para decirle que “con este palo me basto para defender Ceuta de todos sus enemigos” y que, ante tal contundencia, el rey le nombró gobernador.
Esa imagen de la Virgen tiene su propia historia de milagros porque, tal como se ha transmitido de padres a hijos durante generaciones, allá por 1855, hubo una gran explosión en el Parque de Artillería, actual Parador de Turismo. El pavoroso incendio tras la explosión, amenazaba con destruir gran parte de la ciudad; los ceutíes, sobrecogidos por la magnitud de la tragedia que se avecinaba, se postraron ante su patrona implorando ayuda al grito de “Virgen de África, agua” y dicen que, de manera milagrosa en el límpido cielo se formó una espesa nube que se situó justamente sobre el lugar del incendio descargando una gran cortina de agua que sofocó el fuego.
Es Ceuta, una porción de España al otro lado del Estrecho, tan nuestra, tan lejos y tan cerca, como plasmó López Anglada: “Ceuta es una andaluza niñería / que, si saltar pudiera, saltaría / la comba de agua y sal del océano. / Y allí está, entre la arena y la muralla / como una niña que bajó a la playa / y se le fue a la madre de la mano.