Niños clandestinos: la odisea de los menores que llegan solos a Marruecos para saltar a Europa

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Beatriz Mesa

Publicado el - Actualizado

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La parada obligada en semáforos “estratégicos” de Marruecos recuerda a capitales sahelianas como Bamako en Mali. Salta la luz roja y grupúsculos de niños desharrapados, acuden a la ventanilla del vehículo, al canto de “salamalekum”, mendigando una limosna, no importa que sea dinero, caramelo o pan. Cualquier cosa que les haga pensar que haber permanecido durante horas en la calle sirvió para algo. Para estos niños y adolescentes, alcanzar Marruecos representa una victoria a medias, al situarse en la frontera más cerca del sur de Europa. Desde el puerto de Tánger se avistan los barcos de pasajeros que cruzan los escasos 14 kilómetros y en ese momento piensan en tirarse al mar, o saltar la verja desde Ceuta. Se sienten muy cerca de tocar su sueño y el de toda una familia y barrio porque los menores no emigran solos. “Son apoyados por los padres y vecinos. Mediante la solidaridad de varios, los pequeños consiguen ponerse en manos de las mafias”, explica a la Cadena COPE, Ibrahim Khalifa, con más de cinco años de experiencia en las rutas migratorias.

Ibrahim vendió su bicicleta para emigrar

Tan solo quedaría superar la barrera del mar revuelto o la alambrada de concertinas para telefonear a casa y anunciar “papá o mamá, ya estoy en Europa”. En ello piensa noche y día Diallo Ibrahim, un joven de 13 años, con cuerpo de niño y ojos de adulto por lo que ha visto y vivido: vejación, humillación, el abuso físico y tantas otras calamidades propias de las rutas clandestinas en donde ser “clandestino” no te abre la puerta a la ciudadanía sino a la postergación. Ibrahim nació en Guinea Conacry y el día que la mafia propuso en su barrio el sueño europeo, vendió su bicicleta para iniciar el camino hacia lo desconocido. Su trayecto le llevó a tierras malienses y argelinas, una vez en Marruecos intentó saltar la verja de Ceuta sin éxito. “Mis padres me apoyaron en la decisión de emigrar y después de un año aquí, aún no tango sus noticias. Prefiero hacerlo cuando llegue a España”, explica Dialo Ibrahim. Con él se encuentra otro menor, también natural de Guinea Conacry, Mamadou, 17 años. Nada más finalizar sus estudios en el Instituto decidió emigrar y proseguir en cualquier país de Europa la “formación continuada” porque las posibilidades de terminar empleado en una empresa o de levantar su propia sociedad son más factibles que en Africa. “Me encantaría montar mi propio negocio”, dice Mamadou. Ambos recorren a diario las calles de Tánger, compartiendo los espacios de la mendicidad con marroquíes que les miran distantes y escépticos.

El número de menores migrantes no acompañados llegados al país magrebí sigue creciendo, especialmente desde la puesta en marcha de la nueva política migratoria del Rey, Mohamed VI, que convierte a Marruecos en tierra de acogida tras iniciar dos procesos de regularización masiva. Sin embargo, los adolescentes consideran el país magrebí exclusivamente de tránsito hacia Europa o donde sea lejos de África. Entre la multitud de subsaharianos que saltan las valles de Ceuta o Melilla o llegan en pateras, “siempre aparecen menores”, confirman desde la organización de Cruz Roja en Andalucía. Están solos. No les acompañan familiares o amigos. Salieron solos de sus hogares y solos alcanzaron Marruecos, desde donde buscan resortes para entrar en Europa porque un día en el país magrebí es un día de intranquilidad. Se enfrentan a redadas en cualquier momento.

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