Madrid - Publicado el - Actualizado
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Mirar hacia atrás para entender la crisis suscitada por el separatismo catalán puede parecer un esfuerzo melancólico sobre lo que pudo ser y no fue. Pero hay un aspecto destacado: la debilidad cultural del relato sobre la historia de cinco siglos de aventura compartida y sobre los frutos tangibles de dicha historia; ese relato debería haber contrarrestado la imagen de una supuesta opresión española, que ha sugestionado a una parte de la sociedad catalana con el señuelo de la independencia.
La maquinaria de la justicia se ha puesto en marcha para asegurar el Estado de Derecho e impedir un referéndum ilegal. Pero también habría sido necesario en los años precedentes un esfuerzo de los diferentes gobiernos y de toda la sociedad para desmontar muchos tópicos y falsedades que se han terminado por imponer en amplias franjas sociales.
El debate histórico, económico, cultural y político sobre los bienes derivados de la unidad debería haber sido mucho más vivo en la propia Barcelona. A partir del 2 de octubre se hace indispensable romper la espiral del silencio en Cataluña y comunicar activamente las razones y los frutos de esa unidad. Y a partir de ahí, que vengan todos los diálogos posibles en el espacio asegurado por la ley, mientras no se cambie por las Cortes Españolas.