LÍNEA EDITORIAL
Notre Dame vuelve a apuntar hacia el cielo
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Madrid - Publicado el
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La fuerza simbólica del acontecimiento no necesitaba comentarios. Mientras políticamente Francia parece a la deriva, sacudida desde ambos extremos, la reapertura ayer de la catedral de Notre Dame en todo su esplendor invitaba a la nación a detenerse por unos momentos y a mirar hacia lo alto. Notre Dame es uno de los pocos lugares del mundo capaces de conmover al visitante y generar una elevación del espíritu como la que experimentó hace más un siglo el poeta Paul Claudel.
Hubiera sido excesivo esperar esto en una ceremonia como la de ayer, pero es indudable que la reapertura sirvió para tomar distancia y dejar a un lado las mezquindades que envenenan la convivencia diaria en Francia. Con toda la merecida solemnidad, el arzobispo, Laurent Ulrich, presidió un Te Deum ante cientos de personalidades francesas y extranjeras. Por aquello de respetar la laicidad del Estado, se diseñó el acto de modo que el presidente Macron tuviera una intervención en el exterior del templo. Hay costumbres difíciles de desarraigar.
Con todo, es de justicia reconocer los avances producidos en las últimas presidencias, y concretamente en la de Macron, en la superación de una mentalidad decimonónica y extemporánea, que a menudo ha rallado en lo ridículo. La colaboración en la reconstrucción de Notre Dame es un magnífico ejemplo de la normalización institucional de lo que, en la calle, es perfectamente normal. Una república sana siempre saldrá ganando si facilita que los católicos y otros grupos colaboren, desde el respeto mutuo, en beneficio del bien común. Esta es la definición de laicidad del Concilio Vaticano II.