La democracia y el valor del otro

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La democracia y el valor del otro

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El décimo aniversario de la proclamación de Felipe VI como Rey nos ha permitido echar la vista atrás para mirar lo que ha sucedido en España en estos años. En estos diez años se ha producido una polarización y fragmentación de la sociedad, especialmente entre los actores políticos. La democracia tiene una dimensión natural de competición e incluso de confrontación. Un Gobierno democrático nace de una competición electoral; presupone un antagonismo entre sujetos con visiones del mundo diferentes. Ese antagonismo no es un problema. El problema surge cuando la diferencia política sana degenera en enfrentamiento, en conflicto permanente que conduce a la incapacidad de unirse, de compartir proyectos comunes.

Todo esto es favorecido por la debilidad de lo que antes se llamaban cuerpos intermedios y de las instituciones que actuaban como moderadores. Los medios de comunicación tenemos que hacer autocrítica porque contamos las cosas de un modo que contribuye a una simplificación exagerada de las diferentes posiciones. Se pierden los matices que podrían convertirse en elementos de entendimiento y en puntos de encuentro.

Pero lo que más llama la atención es que en estos diez años ha perdido vigor el fin principal de la vida política: desarrollar proyectos para el interés general y no sólo para la afirmación del propio bando. No se discuten contenidos, no se formulan proyectos comunes. Es una cuestión política que tiene su raíz en una situación cultural y social. Sin el reconocimiento del valor del otro para la construcción común, la democracia no tiene fundamento.

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