SANTANDER
Del milagro de Dávila Miura a la capacidad con puerta grande de El Juli
El Juli sale a hombros tras cortar dos orejas. Cogida terrible a Dávila Miura que quedó en solo un susto. Gran faena sin espada de Roca Rey.
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Algo más de un cuarto de hora pasaba de la hora del clarinazo inicial cuando saltó el primer toro del festejo. El coso de Cuatro Caminos casi se llenó al reclamo de las dos figuras de distintas generaciones junto a un diestro que volvía por un día para celebrar sus bodas de plata como matador de toros, Eduardo Dávila Miura.
Y un buen toro del Puerto de San Lorenzo para su reencuentro con los ruedos. Se vino arriba tras su paso por el peto y apretó a los subalternos en el tercio de banderillas. Cuando llegó al de muleta, lo hizo moviéndose con franqueza. Se abría entre muletazo y muletazo, para gusto de Eduardo, que dejó una buena primera tanda en redondo. Se descompuso algo la obra cuando tomó la izquierda y apretó Eolo. Perdió el sitio el diestro, que lo retomó cuando el viento cesó para dejar después tres naturales templados y largos. Lo mejor llegó cuando en redondo firmó una gran tanda, mejor expresada y ligada. Pero fue entonces cuando se encogieron los corazones. Le volvió a presentar la zurda cuando el toro le hizo perder la vertical tras arrollarle con los cuartos traseros. No le dio tiempo a incorporarse. El animal hizo por él y le pasó por encima varias veces, en una de ellas colgado del pitón por el bajo vientre. Salió del trance con la taleguilla rota, la cara ensangrentada y el labio visiblemente partido. Milagrosamente no había calado el derrote. Tras unos minutos de espera intentando recuperarse, Eduardo volvió a la cara del toro para pinchar primero y dejar una estocada atravesada después. La recompensa y el reconocimiento vino en forma de oreja que paseó entre el clamor el diestro sevillano.
Menos sustos hubo con el cuarto, un notable astado del Puerto que aunó nobleza y clase a raudales. Dávila le cogió el aire a la embestida en el inicio de faena, especialmente por pitón derecho. Hubo ligazón, pocas apreturas y largura en el trazo. Después hubo menos comunión al natural y el toro comenzó a desentenderse en el tramo final del trasteo. Una estocada precedida de un pinchazo dio paso a una vuelta al ruedo como premio final. La petición no había cuajado en mayoritaria.
El Juli vio como su primer toro del Puerto ponía rumbo a de nuevo chiqueros tras su manifiesta invalidez. El sobrero lució el segundo hierro de esta casa ganadera. El ‘domecq’ de La Ventana del Puerto fue un astado que permitió al madrileño lucirse en todos los tercios. Lo cuajó tanto con el capote como con la muleta. Con el percal en un hondo saludo a la verónica primero y en un posterior quite por chicuelinas de compás abierto. La gente estuvo con Julián desde el brindis, recibido como si se celebrase un gol de Racing. Mando y pulso. Esas fueron las armas de El Juli para trenzar una faena que tuvo sus mejores momentos al inicio y al final de la obra. Llevando con precisión los viajes del toro, especialmente por el pitón derecho. Tras un desencuentro al natural, la faena terminó de explotar cuando el torero madrileño lo apretó de verdad por abajo. Ahí sacó su fondo el toro y lo reventó Julián. La espada viajó trasera, pero fue suficiente para tumbar al de la Ventana. Se pidieron las dos orejas, aunque se tuvo que conformar con una.
Otro buen toro hasta que se rajó fue el quinto, de La Ventana. El animal se movió con prontitud y galope desde que salió por chiqueros. El Juli ordenó que su paso por el caballo fuese testimonial antes de calentar a los tendidos con un quite por lopecinas. En el tercio final y tras el cariñoso brindis a Dávila Miura, Julián lo llevó siempre cosido a los vuelos de la muleta. Dos tandas en redondo tuvieron la importancia de la ligazón y el ajuste. Pero hasta ahí llegó el toro. Cuando se echó el engaño a la zurda el astado charro cantó la gallina. Aun así, la ambición julista le llevó a soplarle una última tanda mandona y profunda donde puso a la plaza en pie. Media en buen sitio y la tardanza en caer del astado enfriaron algo los ánimos. Pese a ello, la oreja fue premio justo y cabal a lo realizado.
Poca suerte tuvo Andrés Roca Rey con el primer toro de su lote, un animal sin clase y muy agarrado al piso al que el peruano tuvo que llegarle mucho, tanto con el cuerpo como con la muleta para intentar desplazar sus escasas y desaboridas embestidas. Tan vacío estaba el depósito de casta, que el del Puerto terminó echándose antes de que Roca pudiese entrar a matar entre la desesperación de torero y público.
Tras el fiasco anterior, Roca Rey salió a por todas en el sexto. De rodillas para prologar la faena. Como si estuviese en pie, la verdad. Qué facilidad para torear de hinojos. Al toro le costaba soltarse del engaño. Contra ello, la tenacidad y la capacidad del peruano para mandar sobre la embestida y alargarla más allá de donde quería el toro. Apostó Andrés por los terrenos de cercanías. Primero un pase de pecho kilométrico, más tarde un molinete de rodillas y después varios circulares para terminar por sacarse unos cambiados por la espalda que rindieron a los tendidos con su valor impávido. Las armas de Roca Rey en su máximo esplendor. Apabullante el sitio de Roca Rey. No así con la espada, que se llevó la posibilidad de la salida a hombros. La oreja que finalmente paseó tuvo sabor a premio de consolación después de su faena.
Santander, miércoles 27 de julio de 2022. 5ª de Feria. Casi lleno.
Cuatro toros del Puerto de San Lorenzo y dos de La Ventana del Puerto (2º bis y 5º), bien presentados, pero de desiguales hechuras. De buen juego los nobles primero y segundo bis y especialmente el enclasado cuarto. Manejable pero rajado el quinto.
Eduardo Dávila Miura, oreja tras aviso y vuelta.
Julián López ‘El Juli’, oreja y oreja.
Andrés Roca Rey, silencio y oreja.