5ª CORRIDAS GENERALES
La mansedumbre de los toros desluce la primera gran entrada de la feria de Bilbao
Una oreja cortaron Manuel Escribano y Roca Rey en una tarde en la que Morante de la Puebla se fue de vacío.
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Una corrida mansa y rajada en el último tercio de Puerto de San Lorenzo deslució el espectáculo de este jueves en Bilbao, aun a pesar de que Manuel Escribano y Roca Rey pasearan dos orejas de distinto peso, y ante la que, de momento, ha sido la mejor entrada de público de la feria, con más de 12.000 espectadores en los tendidos.
Y precisamente por eso es más de lamentar que el festejo no tuviera una mayor brillantez, tan necesitada como está la capital vizcaína de estímulos que la hagan volver por sus fueros taurinos, esos que llegaron a ser muchos y muy serios hasta no hace tanto, y con muchas más entradas masivas como la de hoy.
El tirón popular de Roca Rey, y más en jueves de feria, fue sin duda el motivo de que casi se llenara el coso de Abando, pero esta vez el peruano no llegó a satisfacer a sus seguidores al nivel que podían esperar, enfrentando a un lote de muy medidas opciones, concentras en las que básicamente solo tuvo el primero de su lote.
Algo basto de hechuras, este del Puerto de San Lorenzo amagó ya con irse a tablas en banderillas, lo que evitó el peruano con un espectacular inicio de faena por alto sin mover los pies, que valió para fijar la atención del público pero no de un toro que, aun con nobleza y cierto recorrido, comenzó rápidamente a perder celo.
Y con esos mimbres, y sin mayores alardes que el del un toreo muy en paralelo, aunque aprovechándolo en su justa y corta medida, fue como Roca le cortó esa oreja que amarró definitivamente con una estocada hasta las cintas.
Antes también Manuel Escribano había paseado otra del segundo de la tarde, que, aunque sin mucha clase, fue el toro que más aguantó en la pelea de toda la mansa corrida salmantina, desde que el sevillano lo saludó con una larga cambiada a portagayola hasta el espadazo trasero con que lo tumbó.
Entre ambos momentos, Escribano lo lanceó templado, lo banderilleó con poco ajuste en los embroques y le ligó muletazos asentados con la mano derecha, aguantando unas embestidas rebrincadas tras otra apertura de faena espectacular. Y el conjunto se premió con un justo trofeo, pero no con los dos que pidió gran parte del público, con ganas de continuar con el derroche de la víspera.
Luego ninguno logró redondear ese medido éxito con los segundos toros de sus lotes. En el caso de Escribano porque le faltó un tanto más de sutileza para llevar a un quinto que, con clase y prontitud, se gastó casi todo en los primeros tercios; y en el de Roca porque el acobardado sexto le volvió grupas una y otra vez a pesar de su tozudo acoso.
Y a Morante de la Puebla, no le ayudó ni uno ni otro: el primero, visiblemente débil de remos, acusando quizá alguna lesión, se negó afligido a embestir y el sevillano no tuvo más remedio que abreviar, mientras que el cuarto, muy zancudo e igual de manso, no aguantó la pureza y el mando del buen toreo.
Pero hasta que eso sucedió para decepción general, Morante dejó los instantes de más calidad y hondura de toda la tarde, varios fogonazos de una pureza con la que intentó que no se quedara en nada el doble paseíllo de su vuelta a Bilbao. Esos destellos morantistas tuvieron además un mérito muy especial, lo mismo los embraguetados lances a la verónica y la bella media que le robó de salida al abanto por el pitón derecho, que un quite por chicuelinas muy toreadas en el que el del Puerto ya amagó con aburrirse.
No lo hizo aún del todo el animal porque, a su aire, se creció en banderillas con temperamento de bravucón, esa engañosa actitud de los mansos violentos que fue con la que llegó a la muleta del maestro de La Puebla, que se la puso muy de verdad con la mano derecha sin tanteo ni probatura alguna.
Y el resultado fue una inmensa tanda de muletazos, pasándose los pitones por la misma femoral con una lenta sinceridad, recreándose el torero en el entregado control del peligro. Tan deslumbrante como una anunciación, pero tan breve como obligó un manso que se dolió, y que huyó ya constantemente, de tanta verdad, la que provocó la más sonora ovación en los hoy poblados tendidos de Vista Alegre.