En 'Fin de Semana'

Las inverosímiles historias con las que se encuentran los enfermeros

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El Día Internacional de la Enfermería en 'Fin de Semana'

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

5 min lectura

Este sábado 12 de mayo toca pasarse por el hospital, no por nada malo, sino porque se celebra el Día Internacional de la Enfermería.

Una profesión que debemos alabar por el sacrificio que hacen estos profesionales cada día y porque cuando estamos ingresados en un hospital cuidan de nosotros como nuestra madre.

Pero hoy, más que tratar todo lo que conlleva la enfermería, vamos a hablar de las historias reales que estos profesionales viven a diario en los hospitales, de esos episodios que parecen leyendas urbanas pero que son reales como la vida misma.

Las paredes de los hospitales y centros de salud han visto y oído miles de anécdotas que la periodista y escritora Elisabeth G. Iborra ha recogido en el libro “La medicina todo locura” (editorial De Bolsillo de Random House Mondadori) y ha contado en 'Fin de Semana'

Javier Cabañas, enfermero en Toledo, ha constatado estas anécdotas increíbles e hilarantes en 'Fin de Semana'.

Un departamento cargado de anécdotas son las urgencias. Elisabeth, en uno de los capítulos te cuentan que las salas de urgencias siempre están hasta arriba, pero que cuando hay partido de fútbol a nadie le duele nada, que se pueden estar muriendo, pero aguantan en casa.

Las urgencias que no urgen: “Una vez vino uno todo asustado a las 4 de la mañana porque tenía rojo un lado de la cara...y lo que tenía era la marca de la almohada”.

Otra urgencia inaudita: una chica de 25 años que se ha cortado en la yema del dedo un milímetro; o un paciente de 17 años que llega con su madre agobiada porque el niño le había dado un tirón en los gemelos.

La higiene de los pacientes también ha merecido un capítulo en este libro: “Hemos visto uñas negras y largas como peinetas”.

“Un chico que llegó con hongos en los pies, le dimos un tratamiento para que se lo hiciera en casa y en una semana viniera a revisión. Cuando regresó dijo que solo podía descalzarse un pie porque el otro no lo tenía preparado”.

O las chicas con conjuntos de ropa interior muy monos, pero que despedían tal olor que tuvieron que dejar el despacho ventilando media hora.

Mención aparte merece un hombre de una zona rural de Álava que para rascarse el oído utilizaba el hierro que se usa para mover la leña de las cocinas bajas.

También están las “señoras que en lugar de ir a operarse parecen que van al teatro de lo arregladas que llegan. Han pasado por la peluquería, la pedicura, depiladas...”

El capítulo de pacientes con objetos autónomos que se les introducen en algunos orificios por casualidad y las explicaciones. Las enfermeras lo denominan como “cosas extraídas del ano” y algunos hospitales han creado pequeños museos con esos objetos.

“Vino uno con un pepino en el recto explicando que se había sentado y el pepino justamente estaba ahí y se lo había clavado sin querer”, cuenta Elisabeth G. Iborra.

“Recuerdo ahora algún episodio en el que han tenido que actuar los bomberos con una radial. Por ejemplo un hombre que había introducido el pene en un tubo y no podía sacarlo”.

No faltan en este libro las historias con los bautizos que le dan los pacientes a los medicamentos o las historias de personas mayores:

Una señora después, de varios de ingreso y que decía que era de buen comer, observaron que nunca cenaba, solo comía a mediodía. Cuando le preguntaron contestó que la comida era muy cara y su pensión no le permitía excesos.

Le explicaron que era gratis y la señora contestó: “¿Y por qué cuando entráis decís: la de 2500 para la señora de la doce?”.

La mujer pensaba que las calorías eran el precio de la comida.

Y de las personas mayores, a los niños. La fiebre asusta mucho a las madres y acuden a Urgencias corriendo.

Esta es una respuesta a la sencilla pregunta de:

O esta otra:

Todas las madres, indefectiblemente, quieren un antibiótico para su hijo, y si les aseguran que es un virus y que no le hace falta, vuelven al siguiente turno por si ha cambiado el pediatra y les manda por fin el superantibiótico que salvará a su niño.

Las verdaderas complicaciones vienen con los pacientes extranjeros.

En el libro se relata el caso de una doctora que estaba explorando a un joven marroquí que acudió a Urgencias con dolor abdominal. Para descartar algún problema urológico le entregó un bote para una muestra de orina y señalando sus partes, le concretó: “Muestra, aquí”.

El muchacho se levantó de la camilla y fue al servicio. Al volver, después de tardar más de lo normal, la doctora se puso colorada ya que la muestra no era orina, sino de semen.

Así que cogió otro bote y puntualizó: “Esto no, lo otro”.

El joven se volvió a marchar y regresó con el bote lleno de heces.

La uróloga ya no sabía dónde meterse, ni qué hacer con el variado de muestras que tenía sobre el escritorio. Aun así, arriesgó, y a la tercera fue la vencida.

También está el caso de una chica de los países del Este acudió a consulta con una bronquitis tremenda, muerta de frío y temblando. El médico le pidió que se fuera quitando el abrigo para mandarla después detrás del biombo a desvestirse para auscultarla. Pero no le dio tiempo, porque cuando se dio la vuelta se había quitado el abrigo y estaba desnuda por completo.

Estas y más historias son las que ha contado Elisabeth G. Iborra en 'Fin de Semana'.

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