'Crónicas perplejas': "Admiro a los que saben mentir porque para mentir hace falta mucha memoria"
Habla Antonio Agredano de esos datos inútiles que recordamos sin saber por qué
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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.
Tengo una memoria ridícula. Cortísima. Los peces son unos rencorosos comparados conmigo. Vivo al día. Olvido nombres y caras. Olvido citas, recados y favores. Lo apunto todo, pero luego se me olvida donde lo he apuntado. Nadie guarda mejor un secreto que yo. Posiblemente, a la semana, ya no sabré ni qué me contaron ni quién me lo contó.
Y aún así, en alguna parte de mi cerebro, en una esquina oscurísima, con olor a humedad, con telarañas y trastos, aparecen cosas sorprendentes. Por ejemplo, que la secretaria de Luz de Luna se llamaba señorita Topisto. Que el fijo de mi casa cuando era niño era el 271643. Que había un portero argentino llamado José María Buljubasich que se fue del Tenerife al Lleida.
Luego me sé de memoria un montón de frases de los sketchs de Martes y Trece, que suelto en las conversaciones al tuntún. Cuando discuto con alguien no puedo evitar decir: “Lauren, tú me has traído a tu programa pa´ hundirme o pa´ sacarme a relucir”. O, cuando estoy esperando en un centro de salud, como me pregunten que turno tengo, me cuesta mucho no decir que voy detrás de Manuela Mateo. Habrá quien sepa de lo que hablo.
Mi memoria es como un bañista que flota en mitad del océano. Que no bucea, que no nada hacia la orilla, que simplemente se queda ahí, a merced de las olas, a la inclemencia del sol, sometido a la brisa y al tiempo.
Admiro a esa gente que recita poemas de carrerilla, o que tiene una gran cita para cada ocasión. Admiro a esa gente que recuerda los nombres de todo el mundo y los reconoce hasta en la bulla. Admiro a los que recuerdan los goles de su equipo. Y los teléfonos de sus padres de memoria.
Y admiro a los que saben mentir, y los hay que lo hacen de maravilla, porque para mentir hace falta mucha memoria. Por eso yo estoy condenado a decir siempre la verdad.