'Crónicas Perplejas': "El amor es una tormenta que siempre nos sorprende sin paraguas"

Primeros amores, ternura con entusiasmo adolescente, el deseo y las ganas de permanecer... una reflexión sobre el amor, de Antonio Agredano

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'Crónicas Perplejas': "El amor es una tormenta que siempre nos sorprende sin paraguas"

Antonio Agredano

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«¿Qué es lo primero en lo que te fijas cuando conoces a una chica?», me preguntó hace años un amigo. «En su biblioteca», contesté. Por supuesto, era mentira. Pero el amor, o es cursi, o no merece la pena. Notas con corazones, canciones dedicadas, velas en la bañera, rosas en San Valentín, wasaps arrebatados en la madrugada. Esa gente que viene de vuelta de todo, esos futuros amantes intensos y desapegados y rudos: ¿De dónde salen? Y lo que es más importante: ¿A dónde creen que van? Ya pasó el tiempo de los martirizados, ya no tengo edad para dramas decimonónicos, lancémonos a la ternura con entusiasmo adolescente. Confeti, vino rosado y vuelos baratos. El amor siempre ha sido desnudarse más por dentro que por fuera. El que nada da es porque nada tiene. Amar es asumir la fragilidad, la brevedad y el capricho.

«El primer amor no tiene arquitectura», escribió el poeta Francisco Gálvez. Y con esa inconsistencia, con esa emoción sin contornos del debutante, querría yo vivir el resto de mis días. Porque de todo se cansa uno, y de la amargura especialmente. Los amores reñidos, para el que los aguante.

Cierto es que programas como First Dates han salvado muchos matrimonios en España. La soltería, tal como la muestran, es oscura y alberga horrores. Pero siempre hay un roto para un descosido. Siempre hay lugar para el romance. Odio la expresión «fulanito ha rehecho su vida». Como si las vidas fueran un juego de Lego. Como si todo amor fuera consecuencia de un derrumbe. Y no es así. A veces, simplemente, nos enamoramos. Así de sencillo. Así de bárbaro. Llega el deseo y las ganas de permanecer y luego las siestas juntos, el brazo dormido por no querer despertarla, el olor a café y a pan tostado por las mañanas y los planes sencillos y el día al que suceden las semanas y luego los años. Las vidas no se reconstruyen. Simplemente sanamos nuestras heridas, nos arrepentimos de algunas decisiones, preparamos las cajas para la mudanza, y seguimos. Seguimos con esta íntima locura. Seguimos con una pasión intacta. Qué otra cosa podemos hacer. Si a los quince o a los cuarenta o a los sesenta y cinco… el amor es una tormenta que siempre nos sorprende sin paraguas.

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