‘Crónicas perplejas’: “Nuestro lugar en el mundo es, simplemente, ofrecer nuestro corazón a los demás”

Habla Antonio Agredano de lo necesario que es ayudarnos los unos a los otros en esta vida

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‘Crónicas perplejas’: “Nuestro lugar en el mundo es, simplemente, ofrecer nuestro corazón a los demás”

Antonio Agredano

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En esta nueva sección veraniega de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente.

Así nos lo cuenta Agredano:

Sólo el agua conoce su camino. Nosotros, ciudadanos perdidos en ciudades perdidas, no tenemos ni idea de cuál es nuestro lugar en el mundo. La vida es un viaje del que sólo conocemos el puerto desde el que partimos. Luego ya, esa hermosa deriva. El azar. Algún naufragio. ¿Pero, a qué puerto nos dirigimos? Es difícil saberlo, pues ya quedan pocos faros.

Preocupado por este asunto, porque yo era un joven intenso, pregunté a mi profesor de filosofía, que era inteligente y feo. Y, tras un rato rascándose la cabeza, balbuceó algunos nombres y citas interesantes, pero no supo darme respuesta. No al menos una de esas respuestas que alivian el corazón al instante.

Pasaron muchos años desde aquella pregunta y el vértigo del tiempo calmó un poco mi interés por saber hacia dónde me llevaba la vida. Hace ya unos años me encargaron un reportaje que ni se publicó ni llegaron a pagarme nunca. Era sobre personas sin hogar. Así que con algunos de ellos me fui a almorzar a uno de esos comedores sociales que son casi invisibles para la mayoría de los transeúntes.

Me pusieron un plato y comí con los sin techo charlando de sus vidas, de sus penas y de sus alegrías, que no eran muchas, pero alguna había. Uno de ellos, al probar las patatas guisadas, me miró y bajando la voz me dijo: “Yo voy a todos los comedores que hay porque algo tengo que comer, pero cuando vengo aquí, disfruto de la comida. ¡Qué mano tiene la cocinera!”, me dijo. Y se llevó la cuchara a la boca cerrando los ojos.

Cuando se fueron los comensales, entré a los fogones y pregunté por la famosa cocinera. Había varias mujeres, pero todas señalaron a una voluntaria muy menuda, que andaba recogiendo unas ollas enormes. Me acerqué y le dije: “Me han dicho que es usted una cocinera maravillosa”. Ella bajó la cabeza con una sonrisa tímida y siguió a lo suyo. “Es bonito que te digan eso, ¿no?”, le insistí. La señora, que era muy mayor, soltó la olla, me cogió las manos y, mirándome a los ojos, me dijo: “Lo bonito, lo verdaderamente bonito, es dar sin pedir nada a cambio”. Y así, sin ni siquiera conocer su nombre, esa mujer contestó a mi antigua pregunta. Nuestro lugar en el mundo es, simplemente, ofrecer nuestro corazón.

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