'Crónicas perplejas': “Nunca he dejado de mirar la ciudad con mis ojos de niño”
Habla Antonio Agredano de cómo lo nuevo acaba con lo nuestro, nuestras tradiciones, con lo de siempre
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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas"
Los champiñones a la plancha del Bar Pacífico. Las gambas rebozadas del Gallo. El salmorejo servido en cazuelita de barro. Los flamenquines saliéndose del plato. Aquella vajilla blanca, aquellos vasos irrompibles, aquellos cuchillos con mango de plástico blanco crudo. Y yo de niño, sentado en la silla metálica. Sin móviles, sin Nintendo Switch, sin tablets. Sólo allí, con las piernas colgando del asiento, con mi fanta de naranja si mis padres estaban permisivos esa noche.
Camareros de camisa blanca y pantalón negro. Camareros con nombre. Con su amabilidad precisa. Tomando nota mental de lo que le pedíamos. Gritando los platos asomándose a la barra. El verano de la comtessa, el verano de las estampas de futbolistas de Grupo Este, el fichaje de Laudrup, el verano de las canicas en el bolsillo, el verano más breve de mi vida.
Ahora todas las ciudades se parecen demasiado unas a otras. Todos los bares son el mismo. Hemos renunciado a una parte de lo que fuimos. No quiero ser nostálgico, de verdad que lo intento crónica tras crónica, pero me cuesta saber a donde vamos y me siento culpable si pienso que yo también contribuí a este mundo tan homogéneo, tan predecible, con tantas gyozas, con tanto tartar, con tintos de verano ya mezclados en su botella.
Vivimos un mundo que no nos pertenece. Pertenecemos a un mundo que no nos conoce. Encontramos consuelo en la memoria. En aquellos años en los que todo nos parecía nuevo. Cuando paseo por mi antiguo barrio siento que algo aguanta allí. Un orgullo, cierta sensación de pertenencia, como si el futuro no lo hubiera devorado todo. Como si en algunos rincones de nuestra memoria sobreviviera el sabor de aquellos días perdidos.
Nunca he dejado de mirar la ciudad con mis ojos de niño.
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