Luis del Val, sobre el Rey Juan Carlos el 23F: "Hubiera sido el primer enemigo a abatir por los golpistas"
Tras comprobar su ausencia en los actos de hoy, dice el profesor, que "contemplaré la terrible ingratitud que nos inunda"
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Luis del Val pone el foco de la imagen del día de "Herrera en COPE" en el 23F que vivió en primera persona como miembro del Gobierno:
[ESCUCHA AQUÍ LA IMAGEN DEL DÍA DE LUIS DEL VAL EN "HERRERA EN COPE"]
"La inocencia se pierde poco a poco, día a día. Pero hay días más trascendentes, como cuando descubres, de niño, que papá no lo sabe absolutamente todo o, en la adolescencia, sufres la traición del amigo que creías inseparable. El lunes, 23 de febrero de 1981, perdí otra parte de la inocencia, porque la inocencia nunca se agota del todo. Ya no era un niño, y en casa tenía una hija de seis años y un hijo de dos. Por la radio escuché los disparos y el grito de “Todo el mundo al suelo!”. No había teléfonos móviles. Hice tres llamadas. Cogí el pasaporte, firmé unos talones a mi mujer, y bajé con mi coche hacia Madrid. Carlos Robles Piquer le había encomendado a Eduardo Sotillos la dirección de RNE y a mí las 70 emisoras de Radiocadena. Fui a la calle Ayala, donde estaba nuestra principal emisora, pero tuve la prudencia de no entrar, porque había una tanqueta militar en la puerta. Como siempre me llevaba hasta allí el coche oficial no sabía dónde aparcar, y fui hasta la plaza de España a dejarlo. Luego, me acerqué a la sede de Unión de Centro Democrático, que estaba en la calle Arlabán, cerca del Congreso. Había poca gente. Alguien tuvo la acertada idea de enviar a casa a todo el personal, y por allí deambulaba algún cargo intermedio y media docena de los escoltas de los ministros, a los que los guardias civiles habían desarmado y despachado.
Fue una noche larga, cuando no existían los móviles, ni Internet, y donde a la pérdida de inocencia se sumó la desilusión, el miedo de lo que podría sucederle a tu familia, la impotencia de saber que no podías hacer nada. Hasta que apareció el que lo podía hacer, vestido con el uniforme de capitán general, el hombre al que había conocido en Zaragoza, cuando estuvo en la Academia General Militar, al que saludé en media docena de recepciones, ya en Madrid, el que dio un paso al frente, poniendo en riesgo a él y su familia, porque si el golpe sale adelante, hubiera sido el primer enemigo a abatir por los golpistas. Y, a la vez que perdía parte de la inocencia, creció en mi la esperanza, la ilusión de saber que hay personas que no tienen miedo correr riesgos por los demás. Hoy, tras comprobar su ausencia, volveré a perder la poca inocencia que me queda y contemplaré la terrible ingratitud que nos inunda".
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