El nombramiento de George Washington como presidente de Estados Unidos
Moderado, reflexivo y cauto, Washington es un personaje universalmente amado en su país, pese a sombras como haber sido propietario de esclavos.
Madrid - Publicado el - Actualizado
2 min lectura
Nadie hubiese podido decir que un colono de Virginia de nombre George, uno de tantos en la América británica del siglo XVIII, llegaría a ser una de las imágenes icónicas que mejor definen y resumen a la nación más poderosa del mundo de los siglos XX y XXI. Te hablo de George Washington, primer presidente de los Estados Unidos. El gran héroe de la Guerra de Independencia de aquel país, y que da nombre a su capital: Washington, y que es una figura omnipresente en la cultura estadounidense. Con sus luces, pero también con alguna sombra.
Washington se curtió como comandante de milicias en las guerras coloniales que enfrentaron a las potencias europeas durante el siglo XVIII. Ahí se fraguó su talento militar para gestionar recursos escasos, y quizás su desdén hacia el poder colonial británico. Sea como fuere, cuando se produjo la ruptura entre colonias y metrópoli, su prestigio le llevó a ser elegido comandante en jefe del Ejercito Continental, llevando a unos nacientes Estados Unidos a la victoria tras el sitio de Yorktown, en su Virginia Natal.
Al contrario de lo que sucedería con los caudillismos de la América Española, Washington renuncio a su poder militar en aras de una república democrática de la que sería el primer presidente. Como en otras tantas cuestiones de la vida estadounidense, su impronta definió los usos y las formas de la que sería la magistratura más poderosa que ha visto la historia, ejercida en una ciudad que además llevará su nombre: Washington. Un culto al hombre que anunciaba lo que acabaría elevándole a la altura de icono pop.
Moderado, reflexivo y cauto, Washington es un personaje universalmente amado en su país, pese a sombras como haber sido propietario de esclavos. Pero no en vano, se sabe que repudió la esclavitud y la critico duramente. Los equilibrios políticos necesarios para hacer triunfar a la nueva nación quizás le hicieron imposible ir más allá. No en balde, la abolición de aquella lacra solo se consiguió tras otra guerra -una civil- en suelo americano.