La forma de vida del cristiano en cualquier lugar

“He ido a Arabia porque he sido enviado. Por eso soy libre del chantaje del éxito, no sé cuáles serán los frutos de mi labor, pero Dios es grande y sabrá sacar algo bueno de mis esfuerzos… la misión describe mi aventura en esta tierra”. Con esta certeza luminosa y humilde se expresaba el pasado jueves monseñor Paolo Martinelli, Vicario Apostólico de Arabia meridional, durante el diálogo que mantuve con él en la Fundación Pablo VI, organizado por el movimiento Comunión y Liberación.

En mayo de 2022, este religioso capuchino, que entonces era obispo auxiliar de Milán, fue llamado por el Papa a dejar su Lombardía natal para instalarse en el ardiente desierto de Arabia y ser pastor de una comunidad formada por un millón de católicos de casi un centenar de países, residentes en Emiratos Árabes Unidos, Omán y Yemen. A monseñor Martinelli le brillaban los ojos al hablar de su comunidad, un mosaico de lenguas y culturas unido por la raíz del bautismo, que hace a todos miembros de la única Iglesia de Cristo. Gentes que hacen cola bajo cuarenta grados para participar en la Misa, que se desviven por transmitir la fe a sus hijos y que están siempre disponibles para ayudar en una comunidad formada casi exclusivamente por migrantes, una condición que, seguramente, les ayuda a entender que la fe no es un añadido a su vida, sino lo que sostiene su vida. Por eso Fray Paolo piensa que esta Iglesia del Golfo es como un laboratorio de la Iglesia del futuro. También quiso salir al paso de un posible equívoco: “la misión no es ante todo algo que hacer sino un modo de ser; la misión describe la conciencia que tengo de mí mismo… y esa conciencia es la de pertenecer a una comunión”. Esto se puede vivir lo mismo en Dubai que en Milán o Madrid, siendo capuchino o madre de familia, organizando la catequesis o trabajando en una empresa. La misión no es un añadido para algunos, es la forma de vida del cristiano en cualquier lugar.