Carta del obispo de Coria-Cáceres: «Para ser discípulos de Jesús hay que ser misioneros»

Jesús Pulido invita a vivir la vida personal en clave de misión y recuerda que los misioneros son la sal de la tierra

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El próximo día 23 de octubre celebramos el DOMUND, cuyo lema este año 2022 reza así: “Seréis mis testigos” (Hch 1, 8). Jesús resucitado pronunció estas palabras justo antes de la Ascensión, al despedirse de sus discípulos, para encargarles su misión. Y lo dijo así, en plural, “seréis mis testigos”. El testimonio de Cristo tiene un carácter, sobre todo, comunitario. El Señor nos envía en misión juntos, como Iglesia, no individualmente y cada uno por su cuenta. Por eso el “sínodo” es la estructura más adecuada para una Iglesia en salida, misionera. La sinodalidad no es una moda, sino el modo de ser Iglesia más adecuado para la misión en el tercer milenio, ya desde los mismos evangelios, desde el mismo Jesús.

La salida misionera es el paradigma de la vida cristiana y quien se suma a ella descubre que todos los ámbitos de su vida forman parte de su misión. Vivir la vida personal en clave de misión nos ayuda a comprender que no se trata solo de dar testimonio sino de ser testigos. Por eso el verdadero testigo es, en realidad, un mártir, que da su vida día a día. Y esto implica una conversión personal de modo que cada vez que anunciamos el evangelio nos lo prediquemos a nosotros mismos en primer lugar. La motivación del misionero es tener la experiencia de ser alcanzado él mismo por el evangelio, de experimentar la salvación como un tesoro a compartir con los demás. Comunicándolo, el evangelio se arraiga y se desarrolla. No seremos del todo cristianos mientras no seamos testigos, no seremos verdaderamente discípulos de Jesús hasta que no seamos sus misioneros.

Para ello es necesario ser personas de oración, de profunda comunión con Cristo, que participen activamente en la eucaristía, la reconciliación y los demás sacramentos para recibir los dones del Espíritu, y comprometidos con el mundo que los rodea, sensibles a las necesidades de los pobres, particularmente de aquellos que no han encontrado a Dios manifestado en Jesucristo en sus vidas. Los misioneros son la sal de la tierra para que la sociedad no se corrompa; la luz del mundo para que se disipen las tinieblas del pecado, el egoísmo y la soberbia; la levadura que hacer crecer todo lo bueno, bello y verdadero a su alrededor. Quien, con corazón encendido, extiende su amor “hasta el confín de la tierra” no puede dejar de ir más allá de los lugares trillados y ser un buen samaritano para quien se encuentre en el camino.

La auténtica y profunda espiritualidad es hoy más necesaria que nunca para el misionero. Si es verdad que nadie puede decir “Jesús es Señor” sin estar movido por el Espíritu, ser testigo en nuestros días requiere un plus de audacia para profesar públicamente la fe en Jesucristo y vivir como él vivió. En nuestra sociedad, que arrincona la manifestación de la fe y se organiza sin tener en cuenta a Dios, es más fácil y está mejor visto confesarse ateo públicamente que decir que uno es creyente. La misión comienza por nuestros ambientes, nuestra familia, nuestro trabajo, nuestros amigos…

Este año celebramos el segundo centenario de la fundación de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe, que dio lugar a la Jornada Mundial de Misiones (el DOMUND). Fue Pauline Jaricot, una joven francesa recientemente beatificada (el pasado 22 de mayo), quien puso en marcha esta red mundial de oración y de recogida de fondos para los misioneros que llevan a cabo la misión evangelizadora que Jesús nos encargó como comunidad en nombre de todos. La iniciativa de la beata Paulina nos permite participar en la misión por medio de esa misteriosa comunión en el Cuerpo de Cristo, en el que cada uno tiene una tarea diferente, pero todos cooperamos a la edificación de la Iglesia y a la construcción del Reino.

Que nos animemos a participar con nuestro donativo y con nuestra oración. En estos días de guerra y de crisis, quizás estamos más sensibilizados para socorrer las necesidades. No menos importantes son las necesidades espirituales de aquellos que no han oído siquiera hablar de “la alegría del Evangelio, que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”.

Con mi bendición,

+ Jesús Pulido Arriero

Obispo de Coria-Cáceres

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