Libertad de culto y libertad religiosa

Agencia SIC

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Mons. Francisco Gil Hellín

Una de las cuestiones más persistentes a lo largo de la historia del cristianismo ha sido la libertad religiosa. Más exactamente, la aceptación o negación del derecho de los cristianos a profesar su fe no sólo en los actos de culto sino en las diversas actividades sobre las que se despliega la vida humana: la profesión, la familia, la política, la cultura, etcétera. Las formas de aceptación y rechazo han cambiado según épocas, geografías y culturas, pero el fondo de la cuestión ha permanecido sustancialmente igual. Baste pensar, por ejemplo, en las persecuciones violentas del Imperio Romano y las discriminaciones que sufren los cristianos en general y la Iglesia como institución en muchos estados del mundo actual. Parecen muy distintas, pero vistas las cosas con más detención tienen una similitud sorprendente.

Actualmente, continúan las persecuciones físicas violentas en amplios lugares. Baste pensar, por ejemplo, en países comunistas como China, Corea o Cuba, o en países donde el islamismo radical está provocando grandes matanzas, como ha ocurrido estos días en Nigeria, Pakistán, Vietnam o China, entre otras; siguen negando el derecho a los católicos, la libertad incluso para celebrar el culto. Todavía es reciente la experiencia vivida en los países de la antigua URSS, donde estaba prohibida la más mínima expresión de libertad religiosa.

Sin embargo, la libertad religiosa no está amenazada sólo en ciertos estados no democráticos. Lo está también en países de fuerte tradición democrática. En esos países se da una mayor o menor libertad de culto, de modo que los católicos pueden celebrar su liturgia en las iglesias y, bajo ciertas condiciones, en algunos lugares públicos. En cambio, cada día se están creando nuevas cortapisas para que un católico pueda manifestar y defender públicamente su fe, y, más todavía, para que pueda ordenar su vida profesional, familiar y social según sus creencias sin sufrir discriminaciones profesionales o sociales.

Recientemente se refería el Papa a los Estados Unidos, cuando recibía a un grupo de obispos de ese país, que realizaba su visita ad limina. El Papa se refería a las "serias amenazas" que una radical secularización supone para el "testimonio moral público de la Iglesia". Y concretaba: "Muchos de vosotros habéis señalado que ha habido un esfuerzo coordinado para denegar el derecho a la objeción de conciencia a personas e instituciones católicas en lo que se refiere a prácticas intrínsecamente inmorales". Se refería el Papa a las discriminaciones que están sufriendo últimamente algunas instituciones católicas ?como hospitales, agencias de adopción, etc- en la provisión de servicios por no aceptar la obligación de cubrir en los seguros sanitarios medidas de "salud reproductiva": aborto, anticonceptivos. La inquietud de la Iglesia es tan seria, que el pasado otoño creó un nuevo Comité de Libertad Religiosa, para promover las garantías en este campo. Lo que, en última instancia, está en juego no es la libertad de culto sino la libertad religiosa, que incluye el respeto a la libertad de conciencia de las personas e instituciones católicas para no ser discriminadas por no intervenir en prácticas intrínsecamente malas.

Para superar estas tendencias, Benedicto XVI ha subrayado la importancia de la acción coherente de los laicos en la vida pública: "Una vez más se ve aquí la necesidad de contar con laicos católicos comprometidos, elocuentes y bien formados, dotados de un fuerte sentido crítico frente a la cultura dominante y con valentía para contrarrestar el secularismo reductivo que deslegitimaría la participación de la Iglesia en el debate público sobre cuestiones que son decisivas para la sociedad americana". Y también la no americana, habría que añadir.

(29 de enero de 2012)