La CEE recuerda que el cuidado de la naturaleza es inseparable de la fraternidad y la fidelidad a los demás

Con motivo de la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación que se celebra este martes, la CEE afirma que la conversión ecológica se hace apremiante en nuestros días

La CEE recuerda que el cuidado de la naturaleza es inseparable de la fraternidad y la fidelidad a los demás

Redacción Religión

Publicado el - Actualizado

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El 1 de septiembre se celebra la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación. Con este motivo, la Comisión Episcopal para Pastoral Social y Promoción Humana, hace público un mensaje en el que recuerda que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás.

EL CUIDADO DE LA FRAGILIDAD

El Papa Francisco nos ha recordado que la pandemia del COVID19 ha sido una auténtica tempestad, pues ha “desenmascarado nuestra vulnerabilidad y ha dejado al descubierto nuestras falsas y superfluas seguridades”[1]. Como consecuencia de ello, vivimos tiempos de hondo sufrimiento, incertidumbre y perplejidad que agudizan la urgencia del cuidado de la fragilidad.

La experiencia de estos meses de pandemia ha puesto al descubierto la convicción, expresada en Laudato si, “de que en el mundo todo está conectado”[2]. Estamos experimentando a flor de piel la interdependencia planetaria, la corresponsabilidad fraterna y la necesidad de la compasión humana.

Esta tempestad global, ha impactado en un mundo sumido en una profunda “crisis de los cuidados”. Esta crisis tiene sus manifestaciones en los descuidos hacia “nuestra oprimida y devastada tierra” (LS 2), en los descuidos hacia nuestros hermanos y hermanas bajo la “cultura del descarte” (LS 43), y en el descuido de nuestra vida interior que tanta relación tiene con “el cuidado de la ecología y con el bien común” (LS 225).

En tiempos de zozobra, cuando los descuidos nos asaltan, hemos de pedir a Dios una auténtica revolución de la ternura y de los cuidados que nos ayude a mostrar, desde la oración y el servicio silencioso, que “el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás” (LS 70). Velar responsablemente por nuestra vida es un imperativo evangélico, pero este cuidado no puede convertirse en un egoísmo indiferente que olvida a los prójimos y no custodia la creación “que gime bajo dolores de parto” (Rom 8, 22). En ningún momento hemos de olvidar “la unción de la corresponsabilidad para cuidar y no poner en riesgo la vida de los demás”[3].

“La Caridad de Cristo nos apremia” (2 Cor 5,14) y nos impulsa a cuidar la fragilidad de nuestra “madre tierra, la de nuestros semejantes y la propia, pues somos “templos del espíritu”[4]. En todo momento, hemos de reconocer que no son dimensiones independientes, sino espacios intrínsecamente relacionados entre sí que aspiran a construir una “sociedad de los cuidados”.

“Custodios de todo lo creado” (LS 236)

Como Obispos de la Comisión Episcopal para la Pastoral social y Promoción humana, queremos haceros participes de nuestros sueños en un mundo donde los cuidados estén en el centro de la política, la economía, la ética, la familia y la pastoral.

La conversión ecológica se hace apremiante en nuestros días. La crisis del COVID19, como nos ha recordado el Papa reiteradamente no es un asunto absolutamente independiente de la crisis ecológica que vive el planeta. El cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación tienen una relación directa con la génesis y desarrollo de enfermedades. Cuidar de la “madre tierra” lleva consigo nuestro propio cuidado, pues no podemos olvidar que “somos tierra” (LS 2).

Con especial intensidad, en estos tiempos de tránsito, custodiar la casa común significa construir una “cultura del cuidado” de la Creación. “La ecología también supone el cuidado de las riquezas culturales de la humanidad” (LS 143) para promover un nuevo estilo de vida[5]. La cultura del cuidado de la Creación debe “cultivar sin desarraigar” (QA, 28) una verdadera conversión de las ideas, las actitudes y las prácticas. Un cultivo para cosechar miradas “que vayan más allá de lo inmediato” (LS 36) y que aceleren la venida del Reino[6].

Cuidar del prójimo

Estos meses hemos podido contemplar el potencial humano para el cuidado de los hermanos y hermanas. Las profesiones del cuidado han sido testimonio de la grandeza de la humanidad, las familias han sabido acompañar incluso en la distancia, las organizaciones sociales han respondido con prontitud y creatividad al impacto social de la pandemia, y la Iglesia, desde su profunda humildad, se ha mostrado “experta en humanidad” (Pablo VI) en momentos complejos. Las personas, creadas para amar, hemos constatado que “en medio de los límites brotan inevitablemente gestos de generosidad, solidaridad y cuidado (LS 58).

También, con dolor profundo, hemos podido observar el abandono injusto de miles de personas mayores por el mero hecho de la edad, el crecimiento de las desigualdades sociales y educativas, así como algunas prácticas irresponsables de personas e instituciones que hacen aún más urgente una conversión de los cuidados.

Toda la vida está en juego cuando descuidamos la relación con el prójimo, pues tenemos el encargo y el deber de cuidar y custodiar a nuestros prójimos cercanos y lejanos. “Cuando todas estas relaciones son descuidadas, cuando la justicia ya no habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida está en peligro” (LS 70). la Iglesia debe participar en las cadenas globales de cuidados que se expresan desde la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta[7].

Espiritualidad del cuidado

No hay conversión pastoral posible sin el cuidado profundo del gusto espiritual de ser tierra[8] y pueblo[9]. La paz interior, la profundidad del corazón, la experiencia de sentirse cuidado por un “Dios que es Amor” (1ª Jn 4,8) son condiciones básicas “para una austeridad responsable, para la contemplación agradecida del mundo y para el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente” (LS 241).

Sin una mística que nos anime, nos aliente y nos sostenga, es imposible construir una auténtica sociedad de los cuidados. Necesitamos de “la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo” (LS 216) y para experimentar que “todo lo puedo con el que me da fuerzas” (Flp 4, 13).

La cultura del cuidado no se fundamenta únicamente en el desarrollo ético de nuestras actitudes y prácticas, sino que exige que “despertemos el sentido estético y contemplativo”[10] para acoger con gratitud y gratuidad la misión a la que somos convocados.

En esta Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, pidamos al Señor, que es el primero en cuidar de nosotros, que “nos enseñe a cuidar de nuestros hermanos y hermanas, y del ambiente que cada día Él nos regala” (QA 41), desde la honda espiritualidad evangélica que nos alienta. Nos unimos en este quinto aniversario de la encíclica Laudato si a la convocatoria del Papa Francisco para celebrar un año especial, que va desde el 21 de mayo de 2020 hasta el 24 de mayo de 2021, año en el que “todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades” (LS, 14).

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