La frase de Mariano Caballero tras recibir el disparo de un miliciano: "Compañero, me han matado”

El sacerdote, que será beato el 18 de noviembre, ejerció su ministerio sacerdotal en Huelva. Víctima de la ola anticlerical, fue fusilado en un vehículo en julio de 1936

La frase de Mariano Caballero tras recibir el disparo de un miliciano: "Compañero, me han matado”

José Melero Campos

Publicado el - Actualizado

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Mariano Caballero no andaba sobrado de salud. Sus problemas gástricos le dieron guerra durante su ministerio sacerdotal que desarrolló de manera íntegra en la provincia de Huelva durante los años veinte y treinta, cuando por entonces pertenecía a la archidiócesis de Sevilla.

Lograr compatibilizar su precaria salud con su ministerio no es motivo suficiente para ser elevado a los altares, pero sí el martirio que sufrió en los primeros días de la sublevación militar del 18 de julio de 1936. Por ello será beatificado en la Catedral de Sevilla el próximo 18 de noviembre junto a otros 19 sacerdotes y fieles laicos.

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Mariano Caballero nació en la localidad onubense de Alájar en 1895. siendo fusilado el 23 de julio de 1936 con tan solo cuarenta años. Nació y vivió en el seno de una familia numerosa formada por José María Caballero y María Belén Rubio, que tuvo ocho hijos. Su familia tenía una posición económica holgada.

Tal y como se recoge en el libro 'Mártires de la persecución religiosa en la archidiócesis de Sevilla', Mariano ingresó en el Seminario de Sevilla con 23 años, en 1918, “creyendo ser llamado por Dios al estado eclesiástico”.

“No asiste a bailes” pero tampoco “a fiestas religiosas”

Pese a su buena conducta, lo cierto es que de sus veranos en Alájar había informes contradictorios durante su etapa como seminarista, ya que si bien se reconocía su buen comportamiento, el párroco de San Marcos Evangelista le afeaba su ausencia en las fiestas religiosas del pueblo propias del periodo estival: “Su conducta no merece el calificativo de mala, pero tampoco de buena como hasta cierto punto puede decirse de su afición al estudio. No asiste a bailes ni otras reuniones peligrosas, más tampoco a fiestas religiosas, culturales, benéficas ni que la tradición abone, como la póstula del Voto anual que esta villa cumple”, exponía.

Tampoco convencía al párroco su “exagerado ensimismamiento que adopta en los ejercicios piadosos”. No obstante, los informes que se conservan de los feligreses de Alájar fueron positivos, y también los firmados por el rector relativos a su conducta en el seminario: “Es de buena vida y piadoso, goza de buen nombre y fama, una constantemente el hábito talar y lleva corona abierta. Asiste a los ejercicios de piedad con la debida humildad y compostura, dando por su porte exterior y por su modo de proceder muestras de vocación al estado eclesiástico”, se puede leer en su expediente.

También en estos documentos ya se recogía la delicada salud de Mariano Caballero, que sería ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1923. Su ministerio sacerdotal comenzó como coadjutor en la parroquia de Santo Domingo de Lepe y luego ecónomo en la parroquia de La Asunción de El Villar.

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El clima y la incomunicación de la sierra onubense agrava sus problemas de salud

En junio de 1928 fue nombrado ecónomo de la parroquia de San Juan Bautista de Linares de la Sierra (Huelva), enclavado en medio de la sierra onubense con una población que no alcanzaba el millar de personas.

Allí, al llegar, comprobó que la casa rectoral, contigua a la parroquia, estaba deteriorada con riesgo de derrumbe, lo que le imposibilitaba residir en ella. A este problema se sumaba un agravamiento de sus problemas gástricos, propiciadas por el clima de la zona y la imposibilidad de llevar una dieta equilibrada.

Estos problemas de salud le obligaron a ausentarse durante dos meses para marcharse con su hermano a Ciudad Real para curarse. Fue entonces cuando solicitó un cambio de destino a la archidiócesis de Sevilla: “Como consecuencia de las repetidas gástricas padecidas en Linares de la Sierra, me veo precisado aguardar cierto plan alimenticio, imposible de observar en dicho pueblo por carecer de plaza de mercado y aún de carnicería y desde luego de pescado, que si a veces llega es en malas condiciones”, exponía el presbítero.

No obstante, el 9 de enero de 1930 el arzobispo de Sevilla le negó el traslado, por lo que le notificó que debía volver de inmediato a su curato en Linares de la Sierra: “Nos procuraremos cuando nos sea posible, trasladarle a donde pueda disponer de facilidad para procurar alimentos adecuados a su salubridad”, respondía la archidiócesis.

Dos meses más tarde, el 27 de marzo de 1930, el arzobispo de Sevilla le notificó su traslado como coadjutor a la parroquia de la Purísima Concepción de Huelva, ciudad con un clima más benigno y donde podría disponer de alimentos frescos para su dieta. “Este clero es de buena vida y costumbres”, destacaba el arcipreste de Huelva sobre la situación religiosa de la ciudad.

Huelva capital, víctima del laicismo anticlerical de la Segunda República

Al poco de llegar Mariano Caballero a la capital onubense, se instaura la Segunda República. El 11 y 12 de mayo de 1931 los grupos anticlericales se ensañaron con numerosos edificios religiosos que fueron asaltados y en no pocos casos incendiados. Huelva y Sevilla no se libraron de la quema de conventos. El 13 de mayo, el párroco de la Concepción, en su calidad como arcipreste de Huelva, comunicaba lo ocurrido en la jornada anterior en la ciudad.

“La Guardia Civil, al requerimiento mío, desde ayer por la mañana se encuentra en esta iglesia de la Concepción para su defensa por si se cometiera algún atentado. También lo está en la casa de las Adoratrices, que se encuentra bajo su custodia, para su defensa. Las monjas agustinas, parecen que han entregado la llave en el Gobierno Civil y las H. de la Cruz la han confiado al Capellán. Por este procedimiento de pasividad se ha podido lograr se evite algún intento de destrucción y ahora Dios dirá los acontecimientos que sucedan”, informaba el arcipreste.

Todas las comunidades religiosas de Huelva tuvieron que dispersarse y refugiarse en casas de amigos y conocidos temiendo lo peor. Las aguas fueron volviendo a su cauce, pero el laicismo anticlerical se institucionalizó durante estos años.

Así lo corroboraban algunas medidas municipales como alterar el callejero con supresión de nombres relacionados con la religión; supresión de subvenciones a las órdenes religiosas y a sus centros educativos; supresión en la vía pública y fachadas de todas las insignias, azulejos e imágenes de carácter religioso; solicitar la expulsión de la Compañía de Jesús, secularizar el cementerio con el derribo de la tapia que lo separaba del civil; imposición de tasas por el toque de campanas, etc.

Fue en este contexto en el que tuvo que desarrollar su labor como coadjutor de La Concepción Mariano Caballero. También fue víctima de la represión posterior al frustrado golpe militar del 10 de agosto de 1932 encabezado por el general Sanjurjo desde Sevilla, ya que la jefatura de Vigilancia de Huelva ordenó el registro de su domicilio. No encontraron nada.

El 27 de abril de 1934, Mariano Caballero fue trasladado por última vez a la parroquia Mayor de San Pedro como coadjutor, a 500 metros de La Concepción.

Ya en la primavera de 1936 se radicalizó el ambiente anticlerical en las calles. Se continuó cambiando el callejero, se avanzó en la supresión de subvenciones, se solicitó la incautación de todos los edificios de las órdenes religiosas para transformarlos en escuelas públicas y laicas e incluso acordar la demolición del templo de la Merced, anexo al hospital propiedad de la Diputación.

El estallido de la Guerra Civil deja Huelva “sin una iglesia sana”

Huelva no se sumó de inmediato a la sublevación del 18 de julio, manteniendo durante diez días la legalidad republicana. Eso sí, del 19 al 21 de julio todos los edificios religiosos fueron saqueados, destruidos o incendiados. El domingo 19 de julio, el párroco de La Concepción impidió el incendio del templo tocando las campanas de madrugada a lo que acudió la Guardia Civil y la de Asalto para sofocar el conato de incendio.

No quedó en Huelva “iglesia ni capilla sana, salvo la Merced y la capilla de las Angelinas, que frente al cuartel de la Guardia Civil, y protegidas por la bandera francesa, están incólumes”, exponía el párroco de La Concepción.

Por su parte la parroquia de Mayor de San Pedro, de la que era coadjutor Mariano Caballero, fue atacada el 21 de julio: “Las turbas que recorrieron la población cometiendo desmanes anteriormente relatados, llegaron a la iglesia de San Pedro, evitando la fuerza pública que fuese incendiada, pero no que la saqueasen. Fue levantado totalmente el pavimento y destruida la parte del mismo de mármol y de madera. Destruyeron la cristalería y puertas, derrumbaron tabiques y tribuna así como las rejas de hierro y la pila bautismal, sufrieron deterioro los deslucidos de la mampostería. Los altares, imágenes, objetos del culto y muebles, fueron quemados fuera del edificio”, recogía el informe.

Entre las obras de valor artístico se encontraba el Santísimo Cristo de Saltés con su retablo de estilo románico, o la carroza-custodia regalo de Isabel II, que fue arrojada desde lo alto del porche.

Fusilado en el interior de un coche: así fue el final de Mariano Caballero

Ante esta oleada de ataques a la fe onubense, los sacerdotes y religiosos buscaron refugio. Otros fueron detenidos y apresados en un barco del puerto que hizo de cárcel, entre ellos el propio Mariano.

El presbítero, que será beatificado este 18 de noviembre, residía en una pensión de la calle Rábida, en los aledaños de la parroquia de la Concepción. En la mañana del 22 de julio buscó refugio en Punta Umbría con unos conocidos. Lo hizo en la canoa 'Dolores' que, con regularidad, hacía el trayecto por mar para evitar dar un largo rodeo por tierra. Fue allí donde le detuvieron. En el Informe Oficial redactado a petición del arzobispado, se indicaba lo siguiente.

“Le prendieron con todo aparato de chusma y vocerío en las playas de Punta Umbría, donde fue a refugiarse, toda vez que en su casa le habían buscado. Por la tarde fue conducido, entre la multitud armada, al muelle de Huelva, donde al subir a su auto, le dieron un tiro por la espalda, deteniéndosele la bala en las paredes del vientre, seguramente por chocar con la hebilla del cinturón, que impidió la salida de aquella y la rotura de la piel. Llevado a la Casa de Socorro y hecha la primera cura, fue trasladado al Hospital y murió en las primeras horas del día 23 de julio”.

Fue enterrado en una sepultura en el suelo del cementerio de Huelva, donde aún continúa.

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En dicho traslado de Punta Umbría al muelle de Huelva también se encontraba el párroco de Cartaya, Baltasar González. En la llegada al muelle se habían aglomerado individuos con pistolas y escopetas, habiendo discusión entre los que habían conducido a los detenidos y los que se encontraban en el muelle por ver quienes se apoderaban de ellos para su conducción al Gobierno Civil.

El párroco de Cartaya sabía que querían acabar con sus vidas al juzgar por las frases de quienes invitaban a los detenidos a marchar para así tratar de asesinarlos con el pretexto de intento de fuga. Los detenidos rechazaron la oferta de marcharse. El Gobierno Civil solicitó un vehículo para el traslado de Mariano, Baltasar y un maestro que se encontraba entre los detenidos.

Cuando llegó el coche oficial, los presbíteros Mariano y Baltasar quedaron en los asientos traseros. El párroco de Cartaya narró lo ocurrido y cómo dispararon a Mariano ya montado en el coche.

“Tan pronto el coche se puso en marcha, dos jóvenes se situaron uno en cada portezuela del lugar que ocupaban los detenidos, cuyos individuos eran distintos a los que les condujeron desde Punta Umbría, y momento seguido vio el declarante con gran horror que el individuo que iba al lado de Don Mariano, lo apuntó con una pistola disparando un tiro sobre él, el cual solo pronunció la frase de 'compañero, me han matado”, relataba.