Los rostros del sinhogarismo: Estrella, Manuel y María cuentan cómo se quedaron sin cobijo ni futuro
Los tres han engrosado la lista de personas que no tienen un techo en nuestro país por diversas circunstancias. A todos ellos la Red FACIAM les ha dado cobijo y esperanza
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Manuel tiene sesenta años. Tras muchos años de trayectoria profesional, a los cuarenta años dejó su empleo como guardia de seguridad para cuidar de su madre. Diez años más tarde, una vez fallecida su madre, quiso volver al mercado laboral, pero ya no pudo debido a su avanzada edad: “Enviaba muchos curriculums y todos me decían que estaba muy bien, pero que necesitan a alguien más joven... te ves perdido”, asegura.
El piso donde vivía era de su madre y tienen que venderlo para repartir la herencia con sus hermanos, por cuyo motivo dejan de hablarse. Con la parte que le toca vive de alquiler mientras sigue buscando trabajo, pero eso no sucede, la situación se hace insostenible y como no puede hacer frente al alquiler termina viviendo en la calle.
La mala suerte hizo que Manuel se convirtiera en una de las 28.552 personas sin hogar de nuestro país: “Es muy doloroso el no comer, yo siempre me había duchado todos los días, iba al baño a hacer mis necesidades con normalidad y te ves sin sitio, como un perro en la calle... Cuando lo digo se me hace un nudo en la garganta”, ha explicado Manuel, quien ha compartido su testimonio con motivo del Día de las Personas Sin Hogar.
La desesperación llevó a Manuel a tratar de suicidarse, motivo por el que fue acogido por el Samur Social, y de ahí fue derivado a Cáritas, que le proporcionó una cama, comida, ducha y atención: “Me han ayudado a buscarme un futuro, les tengo mucho aprecio”, confiesa.
Durante cincuenta días fue acogido por la entidad de la Iglesia. Ahora reside en una de las viviendas de San Juan de Dios a la espera de que consiga un trabajo o algún tipo de ayuda pública para salir adelante.
Estrella: “Mi sueño es traerme a mi padre y hermano”
Estrella es una joven hondureña de 19 años que atravesó el charco en busca de un futuro mejor en España. La situación política y económica de su país natal impide a los jóvenes ver el futuro con esperanza.
Lleva diez meses en España, dejando atrás a su padre y su hermano. Aquí apenas conoce a nadie. Tuvo algún trabajo eventual, pero dada su situación irregular, no tiene fácil encontrar un empleo estable y una habitación: “El golpe emocional de dejar a mi familia me tenía la mente en blanco”, confiesa.
“El Samur Social me decía que tenía que estar empadronada para acceder a un albergue. Alquilé una habitación pero me quedé sin dinero”, ha relatado. Se planteó regresar a Honduras, pero su padre le pidió que luchara: “Cuando uno es migrante y está en situación de calle uno piensa en irse o quedarse, lo hablaba con mi padre y me pedía que me quedara. Me decía que era fuerte y valiente y me quedara”.
Finalmente dio con Cruz Roja que le ofrecieron una residencia temporal: “Me hicieron gestiones y contactaron luego con el albergue de San Juan de Dios”. Actualmente está en un piso de jóvenes. Está estudiando porque su sueño es “estudiar y poder traerme a mi padre y hermano”.
María: “Nunca pensé dar gracias a la Iglesia, me ha salvado”
María tiene 34 años. Es artista grafitera, y vive de ello desde que tenía 24 años. Considera que su caso no es tan grave como otros: “Me siento mal pidiendo ayuda, porque hay gente peor que yo”. Pero al final tuvo que pedir ayuda. Fue tras quedarse embarazada y no contar con una red familiar que la apoyase.
Ha sido siempre muy independiente, con 18 años se fue de casa. Llegó a Madrid desde Extremadura, y pese a romper sus lazos familiares ha contado con amigos.
Con el embarazo no podía trabajar, y sin ingresos no podía tampoco alquilar la habitación, pero le costó contactar con los Servicios Sociales: “No sé pedir ayuda, me considero fuerte”, cuenta.
Finalmente dio el paso, accediendo al centro CEDIA Mujer al Hogar Santa Bárbara, un recurso de Cáritas Madrid para madres solas, donde ha nacido su hija. Para ella su embarazo, aunque no fuese en las mejores condiciones, ha sido una oportunidad para tener su propia familia, la que había perdido.
Por eso decidió seguir adelante. “No soy creyente, y nunca pensé dar gracias a la Iglesia, pero la verdad, me ha salvado. Agradezco poder crear un vínculo con mi hija, y poder descansar, no había descansado en años”.
Ahora necesita estabilidad económica, para sacar adelante a su hija por sí misma, haciendo lo que le gusta y da sentido a su vida, el arte, “que me hace sentirme especial y libre”. De hecho, su hija se llama Montana, como la marca de las pinturas que usa. Tiene a Montana, tiene amigos, “personas que me inspiran a ser mejor”. El suyo es un caso de una familia monoparental sin vivienda fija.