Los nueve años del Papa Francisco: un aniversario en medio de la guerra

En este tiempo de pontificado ha entrado aire fresco en la Curia y se ha incrementado el espíritu misionero en la Iglesia, poniendo la prioridad en llegar a los alejados

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Eva Fernández Huéscar

Roma - Publicado el - Actualizado

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Meses después de su elección, una niña preguntaba a Francisco si él había querido ser Papa. Su respuesta fue muy rápida: “No, yo no he querido ser Papa". Sonriendo a la pequeña que le miraba con los ojos muy abiertos le explicaba que él no había querido ser Papa porque, a su juicio, si una persona quiere ser Papa es que no se quiere mucho.

Han pasado ya nueve años que no han sido fáciles. Francisco es consciente de que lo que está construyendo no culmina en un Pontificado y por eso no le asustan las crisis. Más aún cuando está intentando que la Iglesia salga de sí misma hacia las periferias, hacia las fronteras, que no son solamente geográficas, sino también existenciales.

Prefiere acompañar, reconfortar y abrir puertas que otros preferirían que siguieran cerradas

Paradójicamente, las tormentas desatadas a su alrededor le han servido para redoblar los esfuerzos y seguir adelante, quizá con más decisión. Y eso que decidir supone asumir riesgos. Al Papa le importa la persona y se ha demostrado capaz de comprender los adentros del alma humana, sus contradicciones, sus angustias, su soledad. No pierde el tiempo con las críticas, lo que le permite trascurrir su día a día con paz interior a pesar de las resistencias. Tampoco trabaja a la defensiva. Prefiere acompañar, reconfortar y abrir puertas que otros preferirían que siguieran cerradas. Por eso es un papa incómodo. En el fondo, todos los papas han sido incómodos. Jesús experimentó el rechazo de los suyos, sus declaraciones provocaron disensión y desacuerdos hasta el punto de costarle la vida.

En las alturas de sus 85 años sigue teniendo hambre de pelea. Sólo hace falta echar un vistazo a la agenda de los viajes previstos para este año. Celebrará su noveno aniversario en privado, como todos los años, con más limitaciones físicas que al inicio de su pontificado, pero con una llamativa paz interior, y a pesar de los problemas de ciática y de su rodilla, en plenitud de fuerzas.

En mitad de una guerra

La única sombra que presidirá este noveno aniversario es la guerra que intentó evitar por todos los medios y por la que está pidiendo tantas oraciones y moviendo todos los hilos diplomáticos a su alcance. También ha querido hacerse presente en Ucrania no sólo a través de envíos de ayuda humanitaria, sino trasladando hasta el terreno a dos cardenales, Konrad Krajeswki y Michael Czerny, que han acercado a esta población herida el abrazo de Francisco.

En la entrevista que concedió a Carlos Herrera el pasado mes de septiembre recordaba que el nombramiento le pilló por sorpresa porque llegó a Roma con una pequeña “valijita”, y lo que procuró hacer desde el inicio, sin inventar nada, fue poner en marcha lo que los cardenales habían acordado en las reuniones del precónclave y que el resumió en su proyecto de pontificado, la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium.

El apoyo del Papa emérito

Desde el primer momento contó con el apoyo y la oración de Benedicto XVI, con el que mantiene una cordial relación y una mutua admiración filial. La historia ha querido que convivan muy cerca un pontífice y un papa emérito, lo que ha facilitado la continuidad. Una circunstancia que se unirá al hito de haberse convertido en el primer papa americano, el primer jesuita y el primero que toma el nombre del santo de Asís. En 2014 los dos compartieron también “el día de los cuatro papas”: Francisco y Benedicto concelebraron la canonización de san Juan XXIII y san Juan Pablo II.

Aunque el impacto de un pontificado no se mide a corto plazo, en estos nueve años ha entrado aire fresco en la Curia y se ha incrementado el espíritu misionero en la Iglesia, poniendo la prioridad en llegar a los alejados.

En su primer gran discurso, muy pocos días después de que en el balcón de la fachada de la Basílica de San Pedro conociéramos la sonrisa tímida de un desconocido Georgium Marium Bergoglio, en la homilía de la Misa de Inauguración de su Pontificado, su “puesta de largo” como papa dio una de las claves de su pontificado: “No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura. Debemos custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor.”

Palabras. Tal vez sólo palabras. O tal vez no sólo. Tras nueve años de Pontificado ha quedado patente que a Francisco lo que realmente le importa es la reforma del corazón de las personas.

La Iglesia estaba necesitada de una revolución y Francisco optó por acompañarla con el arma de los gestos. Gestos que cuentan el Evangelio a través de una caricia a un enfermo, con el abrazo a un anciano, llamando por teléfono a desconocidos o dejándose hacer mil selfis entre los jóvenes que lo reclaman.

En un mundo próspero y tecnológico, pero a la vez oprimido por los conflictos, como la guerra que estamos atravesando, hacer presente el Evangelio cada día de la jornada es una verdadera revolución. Tras nueve años en primera línea de batalla, a francisco le queda todavía mucho que decir. Y como el suplica sin descanso, necesita y cuenta con el apoyo de la oración.

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