Madrid - Publicado el
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Estamos en el III Día de la Octava de Navidad, donde la Iglesia se fija en cada uno de los personajes del Misterio del Nacimiento en el Portal. Por eso la mejor descripción de este Misterio estará en el Evangelio según San Juan, al que celebramos hoy. Él nos presenta al Verbo, que existía ya en el principio, que estaba junto a Dios y que era Dios.
El Verbo por medio del cual se hizo todo, y que sin Él nunca se habría hecho nada de cuanto existe. Él es la Luz que brilla en las tinieblas. La Luz a la que el mundo no conoció, precedida por Juan Bautista. El mensajero enviado por la Providencia para que prepare el camino ante la inminente llegada del Salvador.
Esta es la mejor síntesis del Gran Misterio Redentor que nos envuelve a todos y que recoge Juan, el Santo de hoy, en el cuarto Evangelio, que se incluye en el Nuevo Testamento. De la vida de este evangelista, podemos decir que es hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor. Discípulo en un primer momento del Bautista, sigue a Cristo, después de ser bautizado por Juan en el Jordán.
Al seguir en pos del Maestro, deja el oficio de pescador con el que se ganaba el sustento, donde su padre era el patrón. Cristo les pone a él y a su hermano Santiago, los hijos del trueno, porque cuando los samaritanos no les reciben, ellos quieren mandar fuego del Cielo, en calve de venganza.
No obstante fue el discípulo amado y tuvo una gran cercanía al Señor, acogiendo a María como la Madre del género humano al pie de la Cruz y llegando el primero, junto a Simón al Sepulcro vacío. Autor también de las Tres Cartas que llevan su nombre en el Nuevo Testamento, y del Libro del Apocalipsis, predica en Palestina y Asia Menor, hasta que muere desterrado en la isla de Patmos, siendo bastante anciano.