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Hace pocos días recordábamos a San Pablo cuya vida estuvo impregnada del espíritu misionero entre los gentiles. Hoy celebramos a San Antonio María Zaccaría, que fue discípulo en el tiempo de Saulo de Tarso. Nace en Cremona, la zona más septentrional de Italia, en 1502. Cuando su padre muere, la madre, en lugar de contraer matrimonio nuevamente, prefiere comprometerse en la educación espiritual y humana de su hijo.
El Amor a Cristo Eucaristía y la tierna devoción a la Virgen, fueron las claves de su espíritu de pureza y de su sentido de la pobreza. Pronto inicia los estudios de medicina, pero, a medida que pasa el tiempo, siente la llamada de Dios a curar a las almas. Así surgen dentro de su interior, grandes deseos de ser sacerdote, una vocación que secundará desde su ideal: Ser presbítero al estilo misionero y evangelizador de San Pablo.
El celo por el Evangelio del Apóstol de los Gentiles, plasmado en sus Cartas, cala en el corazón de Antonio quien ingresa decidido en el Seminario. Sólo once años ejerció el ministerio, que dio bastantes frutos. En la contemplación de la Cruz, surgen los tres postulados de su teología de índole paulina como son la contemplación de la Muerte del Señor en clave Pascual, el amor a la Eucaristía, así como la Adoración al Santísimo Sacramento.
En la ciudad de Milán fundará otro nuevo carisma para la Iglesia: los Clérigos de la Congregación de San Pablo -dada su devoción a este Apóstol, Columna de la Iglesia-, aprobadas por el Papa Clemente VII. Su reforma también se extendió a las ramas de religiosas y a los laicos, revitalizándolas desde la Fe. San Antonio María Zaccaría muere en el año 1589, siendo canonizado por el Papa León XIII en el año 1890.