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La Madre no puede estar separada del Hijo en todo el Misterio Salvador y compartir todo lo que el Señor hace por la humanidad y su Redención. Hoy celebramos el Dulce Nombre de María. Esta celebración tiene lugar cuatro días después de la Natividad de Nuestra Señora. Tal y como se prescribía en la Ley Judía, ocho días después tocaba poner nombre al recién nacido.
Y es la Liturgia la que, recogiendo esta tradición, puso ocho días después del nacimiento de Cristo, el Dulcísimo Nombre de Jesús. De igual modo, introdujo en el Calendario Cristiano la festividad del Dulce Nombre de María, en las jornadas siguientes al 8 de septiembre.
Este nombre hebreo, en latín es Domina, que significa “Señora”, y, aplicado a la Virgen, hace referencia a su condición de Reina de todo lo Creado, por ser la Madre de Dios. Implorar este Santo Nombre, es pedir su ayuda y su papel de Abogada e Intercesora nuestra para que vuelva hacia nosotros esos sus ojos llenos de misericordia y nos muestre a Jesús, Fruto bendito de su vientre. De esta manera ruega continuamente para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de Jesucristo, como rezamos en la Salve.
Esta fiesta, se empezó viviendo en España, tras obtener el permiso de la Santa Sede el año 1513, siendo el Papa Inocencio XI, el que decretó que dicha memoria se extendiese a toda la cristiandad, en el año 1683. San Bernardino de Siena fue el gran difusor del Santísimo Nombre de Jesús, además de ser el gran impulsor de su festividad. Lo mismo pasa con el Dulcísimo Nombre de María. De esta forma, se tributaba a la Señora del Cielo, un recuerdo especial, tras la batalla de austriacos y polacos contra los turcos en Viena.