35 años del asesinato de Olof Palme: las claves de un magnicidio a la altura del de JFK
La muerte del primer ministro de Suecia un 28 de febrero de 1986 conmocionó al mundo y dio pie a un caso que no quedó cerrado hasta el pasado 2020
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Hace 35 años, el asesinato de un mandatario conmocionó al mundo. Olof Palme, primer ministro sueco, pasó a la historia de forma tan trágica como antes lo hizo JFK. En su caso, todo ocurrió un 28 de febrero de 1986 por la noche. Al poco de salir del cine con su mujer, el político socialdemócrata (que no contaba con guardaespaldas en aquella ocasión) recibió dos disparos mortales por la espalda, a los 59 años, en plena calle.
Así se gestó uno de los crímenes más polémicos de la historia, que motivó unos 10.000 interrogatorios y hasta 134 confesiones de autoría del suceso, además de numerosas teorías de la conspiración. Las habladurías de todo tipo estuvieron a la orden del día hasta que el caso quedó cerrado en junio de 2020. Entonces, hacía tiempo que Palme se había convertido en una suerte de mártir de la política a nivel mundial.
Un referente para la izquierda
Palme nació en 1927 en una familia de clase alta y con conexiones aristocráticas. En 1969, se convirtió en el líder del Partido Socialdemócrata sueco 20 años después de haber ingresado en el mismo. Sería primer ministro de Suecia en dos etapas: desde precisamente el 69 hasta 1976 y entre 1982 y el día de su fallecimiento, en 1986.
Los partidos de izquierda siempre le han considerado una gran fuente de inspiración. El porqué hay que buscarlo, sobre todo, en sus políticas: expandió el sistema de salud y el estado de bienestar en su país, invirtió en educación, empoderó a los sindicatos, dejó a la monarquía sueca sin poder de facto, promovió la igualdad de género...
Tampoco se entendería el legado político de Palme sin hablar de su valentía a la hora de denunciar las situaciones que ocurrían en otros países y le generaban rechazo. En este sentido, los hitos también se suceden. Primero, condenó la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968 y los bombardeos estadounidenses sobre Vietnam (incluso comparó las circunstancias vividas allí con los campos de concentración de los nazis). Después, tildó de racista el apartheid que se vivió en Sudáfrica y financió al partido de Nelson Mandela.
Además, Palme también criticó en público el franquismo (habló de “malditos asesinos” al referirse a sus dirigentes) y las armas nucleares. A la par que defendió los regímenes comunistas de Cuba y Nicaragua. Son tan sólo algunos ejemplos que demuestran que nunca le importó poner en peligro las relaciones de Suecia con otras naciones: él decía, siempre y sin excepción, lo que pensaba. Sin casarse ni con el capitalismo ni con el comunismo al cien por cien.
Todo lo que rodeó a su muerte
Las hipótesis sobre el asesinato de Palme aparecieron a diestro y siniestro tras la muerte del primer ministro sueco. El KGB, la CIA, el Mosad, el régimen de apartheid de Sudáfrica (junto con la ultraderecha sueca) y los nacionalistas kurdos surgieron como posibles responsables de lo ocurrido. También se habló de un acuerdo para que una empresa de armas sueca, Bofors, vendiera artillería al gobierno de la India en las décadas de 1980 y 1990.
Incluso se llegó a arrestar a un posible culpable, Christer Pettersson, en 1988: su descripción coincidía con la que habían dado los testigos de un posible sospechoso visto cerca del lugar donde Palme fue asesinado. Además, la mujer del fallecido, Lisbet, llegó a identificarle como el culpable de la muerte de su marido. Así, fue condenado a cadena perpetua en 1989... para salir de la cárcel tres meses después de entrar en ella, al quedar revocada su sentencia: ni se encontraron motivos para que hubiese cometido el asesinato ni tampoco el arma del crimen.
Al final, la única teoría con suficiente solidez para imponerse entre un mar de ellas fue la del Hombre de Skandia, Stig Engström. Tras haber sido interrogado como testigo, aunque sin consecuencias, al poco de empezar a realizarse indagaciones sobre la muerte de Palme, la policía volvió a fijarse en él a partir de 2018.
Engström trabajaba en una compañía de seguros llamada Skandia (de ahí su mote), cuyas oficinas centrales están cerca del lugar donde Olof Palme fue asesinado en 1986. Años después de lo ocurrido, una investigación policial reveló que el hombre sabía disparar (pertenecía a un club de tiro), tenía un amigo que coleccionaba armas cortas y era todo un amante de los revólveres Magnum (arma del homicidio).
Los cabos fueron atándose poco a poco y también se descubrió que Engström llegó a criticar la política de Palme poco antes de su muerte. El día del asesinato, estuvo hasta tarde en su oficina (así lo demostraron las cámaras de seguridad del edificio), pero salió de la misma con la ropa que algunos testigos habían atribuido al supuesto autor del crimen: abrigo oscuro y un sombrero. Su dirección era el metro, el mismo lugar al que se encaminaron el primer ministro y su esposa.
La prueba fundamental en contra de Engström fue que tuvo acceso a un revólver idéntico, en tipo y modelo, al que se usó para matar a Palme. Además, él mismo llamó a la policía a la mañana siguiente del asesinato. Entonces, intentó dejar claro que acudió a la escena del crimen para socorrer a Palme, asustado porque este hecho pudiese llevar a que le confundieran con su asesino.
Pero las versiones de lo que pasó no coincidían (Engström primero como testigo y luego como sospechoso, las imágenes registradas por las cámaras de seguridad de Skandia, las declaraciones de su esposa y las de otros testigos). Por eso, a pesar de que nunca hubo una evidencia clara en su contra, el Hombre de Skandia fue declarado culpable de asesinar a Olof Palme. Ocurrió el 10 de junio de 2020, tras 34 años de investigaciones fallidas. El caso pasaba por fin a la historia, aunque sin cargos para Stig Engström. Él había dado carpetazo al asunto dos décadas antes, en 2000: se suicidó.