Diego Garrocho: "Debemos ser muy conscientes de qué y quiénes intentan manipular nuestra emotividad para ejercer control sobre nosotros"

Con mucha frecuencia se critica el protagonismo de las pasiones en la política, e incluso en la vida personal. Cuando analizamos la vida pública con trazo grueso, solemos imputarle al populismo o a los líderes tiránicos el uso de las emociones para enardecer a las masas o para controlar el ánimo de una nación o de un pueblo. 

Sin embargo, el uso de las pasiones en política ni es una novedad ni es necesariamente algo negativo. Thomas Hobbes, por ejemplo, sostuvo que el miedo es la premisa emocional fundamental de la vida política y Baruch Spinoza, poco tiempo después, añadió también la centralidad de la esperanza como una pasión especialmente operativa en la política. 

Es obvio que nuestra vida en común está atravesada por sentimientos. A veces son complejos y matizados y en otras ocasiones se manifiestan en abruptos arrebatos emocionales que llegan a nublarnos el juicio. Sin embargo, no es menos cierto que hay emociones que son la consecuencia de una forma de lucidez. Hay cosas que legítimamente deben indignarnos, como la injusticia. Existen también otras emociones, como la compasión, que nos humanizan y que nos sensibilizan moralmente. 

Asimismo, hay expresiones sentimentales como la vergüenza, que cumplen una útil función social y otras, como la envidia, son muchas veces una condena. Construir sujetos emocionalmente lúcidos y responsables puede ser una misión política, pero también debemos ser muy conscientes de qué y quiénes intentan manipular nuestra emotividad para ejercer sobre nosotros una forma de control. Asumamos que los seres humanos no nos movemos exclusivamente por razones ni por silogismos y ojalá seamos capaces de brindarnos, como reza el título del célebre libro de Flaubert, una educación sentimental.