Jorge Bustos: "El único que se parece aquí a Tejero se llama Puigdemont; sin bigote, pero con flequillo"

El periodista responde en La Linterna al senador de Junts, Eduard Pujol, que ha comparado al juez del Supremo con el protagonista del 23F

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Jorge Bustos: "El único que se parece aquí a Tejero se llama Puigdemont; sin bigote y con flequillo"

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Menos mal que el procés se había terminado con la llegada de Salvador Illa a la presidencia de la Generalitat. Menos mal que la concordia y el reencuentro habían regresado a la política catalana. Un reencuentro más y acabamos en comisaría.

Si ayer Óscar Puente arremetía contra el Tribunal Supremo por no aplicar la amnistía al gusto del malversador, hoy el senador de Junts, Eduard Pujol, ha llamado al juez Pablo Llarena “Tejero sin bigote”.

Qué reveladora obsesión tienen los de Junts con los golpes de Estado, eh. Parece materia para psicoanalistas: el golpismo como un deseo reprimido. Bueno, no tan reprimido, la verdad. El teniente coronel Tejero dio un golpe a la antigua usanza, con pistolas y tricornios, y Junts per Catalunya dio un golpe posmoderno, con urnas de cartón y comandos de defensa de la república cortando carreteras, asaltando El Prat y asediando la consejería de Hacienda. Que Sánchez haya indultado, eliminado la sedición y amnistiado a sus responsables por siete votos no borra los hechos: todos los recordamos.

Porque Junts sigue siendo el partido que invistió a Pedro Sánchez. El partido sin el cual no hay presupuestos ni leyes ni legislatura. Por culpa de la ambición de Sánchez, Junts lleva un año secuestrando la agenda política de todos los españoles después de haber sumido en el caos y en la parálisis la agenda política de los catalanes. Y Junts tiene un líder sobre el que pesa una orden de detención por malversar el dinero de todos para intentar hacer con Cataluña una patria identitaria, fanática y excluyente; o sea, lo mismo que quería hacer con España el teniente coronel Tejero. Por eso, señor Pujol, Pablo Llarena es un magistrado honorable que vela por la democracia, y por eso, señor Pujol, el único que se parece aquí a Tejero se llama Carles Puigdemont. Un Tejero sin bigote, pero con flequillo.

Y la pregunta es: ¿cómo no va a insultar un separatista al juez Llarena, si el propio Gobierno de España lleva meses atacando a los jueces en público y en privado? Cuando no es por defender a la mujer del César, a doña Begoña Gómez, imputada por corrupción y tráfico de influencias, es porque el Supremo no se deja controlar como el Constitucional. He perdido la cuenta de los ministros que han cuestionado el papel de la Justicia o incluso han deslizado acusaciones de prevaricación. Incluyendo a ministros que son jueces de carrera, como Margarita Robles o Fernando Grande-Marlaska. Jueces que antaño, en el juzgado, se quejaban de la intromisión de los políticos en su tarea, y que al lado de Sánchez han experimentado una transformación: han cambiado la toga por el uniforme del partido. Son soldados de Pedro.

El último ministro en cargar contra el juez Llarena es el que más delito tiene. Porque aunque no lo parezca es notario mayor del Reino y ministro de Justicia, Félix Bolaños. Así que el ministro encargado de velar por la independencia de la Justicia se pone a descalificar a un juez porque esa ley de amnistía que Bolaños redactó a pachas con el abogado de Puigdemont es una chapuza. Y lo de Bolaños es peor que lo de Puente, porque Bolaños es más listo o menos primario. No puede excusarse en el temperamento, o en la intemperancia más bien, que pierde sistemáticamente al ministro de Transportes. Lo del valido de Pedro, ministro plenipotenciario, responde a una meditada estrategia de desgaste del Poder Judicial, y por eso es más grave. Bolaños es de esos que cuando apareció Pablo Iglesias en escena esbozaba un mohín de disgusto socialdemócrata; años después ha terminado mimetizándose con el fundador de Podemos. Asumiendo su discurso del lawfare y de los fachas con toga.

Así que Llarena tiene que hacer su trabajo a la intemperie. Pero ya está acostumbrado. Lo echaron de Barcelona, donde tenía casa, y no va a dejarse amedrentar ahora. De momento ha retratado la incompetencia de Marlaska, que ha tenido que admitir que activó los servicios de Inteligencia cuando Puigdemont ya se había fugado. Y decimos incompetencia porque podría ser peor: podría ser connivencia. Mira: a mí no me atraen las teorías conspiratorias: no me gusta atribuir a la maldad lo que puede explicar la torpeza. Pero lo siento: no me creo que los mossos sean tan malos. No me creo que un semáforo que cambia de color puede impedir la captura del prófugo más buscado de España. No me creo que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que tienen atribuida en exclusiva la competencia del control de fronteras y que dependen del ministerio de Marlaska, se expongan por propia voluntad al ridículo histórico e internacional que acaban de hacer, y que el juez Llarena tiene la obligación democrática de investigar. Quién sabe, igual el día de mañana hay que ampliar la amnistía para que cubra a Marlaska también.

Hoy Salvador Illa ha celebrado su primer consejo de gobierno. Un gobierno de 16 consejeros, frente a los nueve que tiene Ayuso en Madrid, por ejemplo. Casi la mitad. Voy a confesar que me encantaría darle a Illa una oportunidad. Me encantaría que se atreviese de verdad a gobernar para todos los catalanes. Que se emancipase de Sánchez y de Marta Rovira. Pero no ha pasado hasta ahora. Y nada permite sospechar que pasará a partir de ahora.

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