Carta del obispo de Sant Feliu de Llobregat: «El deseo y la llamada (3)»

Agustín Cortés continúa con su ciclo de catequesis centrado en el Adviento y esta semana nos recuerda que el amor es a un tiempo semilla y fruto

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Hoy, queriendo vivir profundamente el espíritu de Adviento, nos fijamos en ese milagro que se realiza en la naturaleza cada vez que germina una planta, crece, brotan flores y produce frutos (un milagro para quien sabe ver y admirarse, más allá de la aridez de la ciencia y la dureza de la insensibilidad y la indiferencia). El profeta Isaías quiere contagiarnos su entusiasmo pintando ante nuestros ojos lo que ocurrirá:

El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá, germinará y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo. Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Contemplarán la gloria del Señor y la majestad de nuestro Dios” (Is 35,1-2)

Es poesía, pero poesía estimulante, porque dice la verdad. Nosotros somos el desierto y el yermo. Pero también serepmos la tierra que dará flores y frutos tan bellos y ricos como los del Líbano, el Carmelo o el Sarón. No seremos otra tierra, sino la misma que hoy aparece como estéril y sin belleza, la que será fecunda y bella. La flor y el fruto son la virtud, que es fecunda y bella, así como el desierto y el yermo son el pecado, que es fealdad y esterilidad.

Todo será obra de Dios, de forma que la transformación siempre será don y regalo. Pero Él no actuará si no halla tierra abierta y disponible. Deseo y llamada. El deseo es la abertura de la tierra y la aspiración del tallo buscando sol; la siembra, el sol, el agua, el cultivo, es la llamada. De este maravilloso encuentro resulta el vergel donde se contemplará la gloria del Señor.

El lenguaje claro y bello de San Pablo VI nos permite dar un paso más:

El amor es la semilla eterna de cada cosa

Una afirmación atrevida, pero cierta desde la fe. El amor está presente, escondido, en cada cosa. Más aún en cada persona. Y también en cada acontecimiento. Y este amor hace que todo contenga una presencia, un origen y una apertura a la eternidad. Hoy diríamos “una llamada, una vocación de eternidad”. Ciertamente el amor es siempre fuerza – exigencia de eternidad.

Conviene recordar esta verdad en este tiempo, en el tiempo litúrgico del Adviento y en el tiempo difícil del momento que estamos atravesando. El amor es a un tiempo semilla y fruto, si consideramos cada cosa, cada forma de vida, en proceso de realización: el amor es semilla de eternidad y fuerza presente para seguir caminando.

Con una particularidad: así como la planta y el fruto nacen y se desarrollan según la semilla, al ver que el fruto es la vida eterna, deducimos que toda semilla de amor, ya aquí, es vida eterna: los frutos nos dan idea del árbol (cf. Mt 7,16-20).

Esa vida eterna ya gustada en camino será necesariamente incompleta, pues nuestros gestos y vivencias de amor son muy inconsistentes, mueren pronto. Pero al menos permiten que soñemos, con sueños estimulantes: ¡algo parecido será el Reino de Dios, que esperamos!

Así se estimula el deseo y la llamada encuentra tierra buena para germinar.

† Agustí Cortés Soriano

Obispo de Sant Feliu de Llobregat

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