SANTORAL 25 JULIO
El santo Apóstol que llevó el regalo de la fe cristiana a España
Santiago Apóstol, patrón de España, dejó las redes, siguió a Cristo y fue el primero en morir mártir por Él
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Cuando un maestro se esfuerza para que los discípulos aprendan y sigan sus huellas, es de justicia reconocerle sus méritos. El guía se ha esforzado para dar lo mejor a quienes le ven. Se esfuerza en ser ese ejemplo, muchas veces con fallos pero ha dado lo mejor de sí. Eso le sucede al gran Patrón de España, Santiago Apóstol. Lo mejor de él lo ha dejado entre sus gentes de origen y él como fiel servidor de Cristo viene a hacerse uno a uno con los habitantes de Hispania, sin someterse a la ley, existente en palabras de San Pablo.
Santiago es de oficio pescador y nacido en Galilea. Su padre es Zebedeo, un hombre que es propietario de una gran red de pesca y está casado con María Salomé. También tienen otro hijo, que es Juan. Seguramente, más joven que su hermano Santiago. Los días transcurren y, un día, el famoso Profeta de Galilea, Jesús de Nazareth les llama a los dos a orillas del Lago Genesaret. Ellos lo dejan todo y le siguen. La vida cambia. Aquel Hombre al que siguen, poco a poco, les va cautivando y encaja con lo que dicen las Viejas Profecías del Mesías que había de venir.
Santiago, junto a Pedro y su hermano Juan, son los tres más predilectos en el grupo de los Doce. Es impetuoso y el Señor le llamará como a su hermano Boanerges (en hebreo “hijos del trueno”), dado que quieren mandar fuego del Cielo a Samaria cuando no les dejan pasar para ir a Jerusalén. En la Transfiguración contemplará la Señor con Moisés y Elías. Y uno de los momentos más conflictivos es cuando se acercan con su madre y le piden el puesto a la derecha e izquierda en el Cielo al Maestro. La respuesta es rotunda. Ya que han asegurado ser capaces de beber el cáliz de sufrimientos de Cristo, lo beberán, pero los puestos en el Cielo son cosa del Padre.
Ahí queda todo, pero tras la Resurrección, la Ascensión y Pentecostés, Santiago viene hasta Hispania, llegando a las costas de Iria Flavia en el Finisterre, lo que es Galicia. En su llegada no avanza mucho, porque los pobladores paganos de aquí ven la religión que predica como una superstición o algo que choca con sus creencias en dioses cósmicos. La verdad es que es para desanimarse y Santiago pasa por ello.
La tradición relatará que el Apóstol ha llegado extenuado a Cesaraugusta (Zaragoza) y se sienta a orillas del Ebro. Se cambia su agobio por un gesto de dulzura, porque la Providencia lleva a la Virgen aún en la tierra a verle, traída por los coros angélicos. La Señora le conforta y le promete que esta tierra será lugar de Fe. El Pilar, que empieza siendo una Iglesia, que cristaliza en Basílica como la conocemos ahora, hará dilatarse el cristianismo por España y los pueblos hermanos al otros lado del charco. Así sucede y Santiago retorna a Jerusalén, donde, en una redada de Herodes, es decapitado. Sus restos son traídos a Iria Flavia por sus discípulos.
Pasados unos siglos, el obispo Teodomiro es alertado por el pastor, de nombre Pelayo, que unas luces deslumbran el bosque. Ahí descubren que esas luces son las del Apóstol Santiago, que trajo la Fe a estas tierras. De ahí, Compostela (Campus Stellae). Desde entonces Santiago ha sido ese itinerario espiritual y cultural para muchos peregrinos que han ido hasta su sepulcro desde la Edad Media hasta nuestros días.