De la Guerra Civil a la pandemia: la historia del primer capirote cordobés hasta nuestros días

Cuatro generaciones y casi 100 años de negocio conforman la historia de la familia Arenas y su vínculo con la confección de capirotes en Córdoba

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Inmaculada Arenas, tercera generación de un negocio familiar muy cofrade y casi centenario

Laura García

Córdoba - Publicado el - Actualizado

3 min lectura

En un diminuto callejón, perpendicular a la calle Alfonso XIII de la capital, se esconde un pequeño negocio que se ha hecho gigante a lo largo de las décadas. Son ya casi 100, porque fue en el año 1936, en plena Guerra Civil, cuando José Arenas abrió ese pequeño local en el que crecerían otras tres generaciones más. En un principio, Arenas dedicaba su negocio a confeccionar sobres para las cartillas de racionamiento de aquellos entonces, “pero un día, de fiesta con sus amigos en un mayo cordobés, salió la broma de que se disfrazara mi bisabuelo. Ahí surgió la idea de los capirotes en Córdoba, los primeros capirotes para los primeros siete u ocho nazarenos que salían en cada Hermandad”, relata Inmaculada Arenas, nieta de José Arenas y ahora dueña del establecimiento.

De la Guerra Civil a la pandemia: la historia del primer capirote cordobés hasta nuestros días

Inmaculada cuenta que su padre, que tiene el mismo nombre que su abuelo, “nació aquí, entre estas cuatro paredes” y que su vida también se ha desarrollado ahí dentro. Él ha sido quien le ha enseñado el oficio, que se ha ido transmitiendo de generación en generación. Ya van por la cuarta, la que ha llegado a Pablo, su sobrino. “Es muy emocionante para mí ver cómo trabaja mi tía, haciendo todo manual en tiempos de tecnología, disfrutando de su trabajo, con una sonrisa cada día. Me encantaría poder seguir adelante con este oficio que me recuerda tanto de dónde vengo”, dice Pablo.

Y es verdad, porque en el local han cambiado pocas cosas: los capirotes, que ahora ya sí se han ido renovando (pueden ser de cartón o de rejilla), se confeccionan a mano con las máquinas de siempre. No hay pantallas de ordenador, sí hay utensilios antiguos, almanaques de hasta el 2016, estampas de imágenes religiosas, bobinas de celo, una máquina grapadora, una guillotina y carteles promocionales escritos a mano y pegados con celo a la pared: “Capirotes de cartón, siete euros; de rejilla, quince”.

La pandemia, una pausa dolorosa

“Me emociona mucho pensarlo”, dice Inmaculada, “pero la pandemia nos vino como un jarro de agua fría. A nadie le había ocurrido, ni a mi bisabuelo, ni a mi abuelo… No lo esperábamos y se pasó mal”, lamenta Arenas. José Arenas, de casi 90 años y segunda generación, nació entre las paredes del negocio y se crio allí. “Mi abuelo me llamaba todos los días y me decía que esto se estaba acabando, que le estaban quitando su vida”, narra Pablo, su nieto. Ahora, con la vuelta de la aparente normalidad y la Semana Santa, “es cierto que hemos estado un poco desbordados, pero estamos muy contentos. Se nota en la gente que hay un ánimo distinto, mucha ilusión”, asegura Inmaculada.

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Escucha a Pablo, sobrino de Inmaculada Arenas y cuarta generación del negocio familiar de capirotes

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Aunque admite que vivir del negocio de encuadernación y confección de capirotes “es muy complicado en los tiempos que vivimos, aunque quedan todavía algunos nostálgicos del papel”, Inmaculada no ve su negocio de otro modo: “Los clientes nos dicen que no cambiemos nada, que mantengamos la esencia de este negocio, lo manual, y yo creo que así debe ser y así debo honrar a mi familia”, recalca. Por su parte, Pablo, más joven, tiene claro que “haría lo que fuera porque este negocio sobreviviera a los cambios, siempre manteniendo la esencia, pero propondría todas mis nuevas ideas”, sentencia.

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